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Paraná - 10-09-2010 / 20:09
LAS BUENAS RAZONES DE LA GESTIÓN MUNICIPAL PARA NO TENER UNA AV. RIVADAVIA EN PARANÁ Y LOS ARGUMENTOS PARA VOLVER A TENER UNA “ALAMEDA DE LA FEDERACIÓN” EN NUESTRA CIUDAD

¿Alameda de la Federación o Av. Rivadavia?: Un Combate por la Historia

¿Alameda de la Federación o Av. Rivadavia?: Un Combate por la Historia
Alameda de la Federación debe su nombre a Pascual Echagüe, gobernador entrerriano de origen santafesino y fiel hombre de la Santa Federación conducida por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Fue en el año 1888, en pleno apogeo de la “república liberal y mercantil”, cuando se cambió por primera vez el nombre de la Alameda de la Federación por el de Av. Rivadavia. Según el historiador Aníbal S. Vásquez, en su libro “Dos siglos de vida entrerriana”, fue una iniciativa estudiantil la que impulsó el cambio en la nomenclatura.
La Avenida Rivadavia de la ciudad de Paraná cobija en su nombre una historia en sí misma. Antiguamente llamada "Alameda de la Federación", la pintoresca calle paranaense encierra simbólicamente, en su devenir y nombre, la esencia de la lucha de casi 200 años entre dos visiones antagónicas que disputan en el terreno político, militar y cultural, el poder y la hegemonía. Federales vs. Unitarios; Yrigoyenistas vs. Antipersonalistas; Peronistas vs. Dictaduras son etapas de esta lucha.

Cualquier bien intencionado puede decir que no hay nada maliciosamente planificado detrás de los nombres que llevan calles o estatuas. Pero lo cierto es que la denominación de los espacios públicos no es una cuestión librada al azar. En nuestro país se ha realizado una verdadera "política de la historia", en donde la nomenclatura, los nombres de nuestras calles, avenidas y paseos públicos, ocupan un lugar primordial. Sólo un aparato cultural destinado a justificar una política del presente, a través de la invención de un pasado, puede imponer que se rinda homenaje a un nefasto personaje como Rivadavia.


La "verdad" histórica, como la refleja el nombre de una calle, no es un problema historiográfico o científico. Es una cuestión política. Porque lo que se nos ha presentado y se nos enseña como historia, es una política de la historia, en que ésta es un instrumento de aquella.


Escribir la historia es una elección política y no hay posturas ingenuas o inocentes en los historiadores. Hay elecciones, ineludibles definiciones, deliberaciones políticas, que se hacen desde el presente. La nomenclatura en nuestra sociedad se basa en la historia. Avenida Rivadavia es un claro ejemplo de la "política de la historia" que se ha implementado en nuestro país.

 
Escribe: Dr. Gonzalo García



"...Una deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radios, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas y nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y celebraciones, y así...


No es pues un problema de historiografía, sino de política: Lo que se nos ha presentado como historia es una "política de la historia", en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación".
Arturo Jauretche. "Política Nacional y Revisionismo Histórico".



La "Alameda de la Federación"

Como adelantamos, Av. Rivadavia no siempre se llamó así. Originalmente se llamaba "Alameda de la Federación". Igual que se llamará de ahora en adelante.

De hecho, a diferencia de otras calles que fueron pasajes o rutas de tránsito que luego recibieron un nombre determinado, Alameda de la Federación fue concebida y pensada con ese nombre antes de existir.


Pérez Colman afirma que la misma fue creada el 29 de Enero del año 1836, por una ley del entonces gobernador Pascual Echagüe. En ese momento se ordenó la formación de una plaza (en un lugar conocido como "El Molino". Esta plaza originalmente se llamó Echagüe, en homenaje al gobernador que dispuso su creación (actualmente es la Plaza Alvear) y un camino directo al puerto que debía arrancar desde el extremo noreste de la plaza. Ese camino recto de la plaza al puente sería la Alameda de la Federación.


El acta gubernamental de creación de la Alameda es obra del primer escribano que ejerció la profesión en la provincia, Casiano Calderón. Textualmente en ella se lee: "En la ciudad de Nuestra Señora del Rosario del Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, a los seis días del mes de abril de mil ochocientos treinta y seis, el señor ministro general de ese estado y actual gobernador y Capitán General delegado don Evaristo Carriego, para dar lleno y debido cumplimiento a la ley sancionada por la H. Sala de Representantes el día 15 de marzo próximo pasado, que ordena y señala el lugar denominado del Molino para otra plaza mas al norte, y de este punto dominante una vía recta al puerto principal, titulando a la primera: Plaza de Echagüe y a la segunda: calle Alameda de la Federación, habiendo dispuesto y preparado todo lo necesario para el acto de su publicación y consiguiente ejecución" (Ofelia Sors, "Paraná. Dos siglos y cuarto de su evolución urbana").


La obra era muy importante para el desarrollo de Paraná. Su trascendencia derivaba del hecho de unir el centro de la localidad con el puerto, respondiendo a las necesidades sociales y económicas de la población.

 
 
Camino de la Federación rosista

En estos días, algunos se equivocan cuando afirman que Alameda de la Federación debe su nombre a la época de la Confederación Argentina, cuando Paraná era su capital y Justo José de Urquiza su primer presidente, en la década de 1850.


Alameda de la Federación debe su nombre a Pascual Echagüe, gobernador entrerriano de origen santafesino y fiel hombre de Santa Federación conducida por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. De hecho, en aquellos días, la hoy calle San Martín de Paraná se llamaba Rosas. Sí, por Don Juan Manuel de Rosas.

 
 
De la Alameda a la Avenida Rivadavia

Fue en el año 1888, en pleno apogeo de la "república liberal y mercantil", cuando se cambió por primera vez el nombre de la Alameda de la Federación por el de Av. Rivadavia. Según el historiador Aníbal S. Vásquez, en su libro "Dos siglos de vida entrerriana", fue una iniciativa estudiantil la que impulsó el cambio en la nomenclatura.


Según una historiadora local (cuál), la medida provino de un grupo de alumnos de la escuela Normal de nuestra ciudad. Los mismos eran "tutelados" por el entonces profesor de la escuela, Ernesto Bavio. Se realizó una movilización desde la Escuela Normal hasta la entonces "Alameda de la Federación" para promover el cambio del nombre.


Eran los años de la educación "patriótica", ese desacierto pedagógico mediante el cual se pretendió escribir -e incorporar en las mentes de las nuevas generaciones e inmigrantes- una historia ajustada a las necesidades del poder, que justificara la política de los vencedores de las guerras civiles, y Rivadavia era entonces una figura central de la ideología gobernante

 
 
Una breve vuelta a la Alameda

Fue con el retorno del peronismo y la democracia, casi 100 años después, en la década de los 70, cuando se retornó a su primer nombre. La gestión peronista del intendente Esparza le devolvió a la calle de la capital provincial su nombre originario en el año 1975 (ordenanza Nº 5.986 del 7 de marzo de 1975).


La década de los 70 fusionó como ningún otro momento histórico el proceso de revisión de la historia oficial con la política de masas, avanzando en un debate sobre las raíces de la nacionalidad y reubicando desde nuevas perspectivas a los hombres que tuvieron relevancia histórica.


Desde el revisionismo peronista, o nacional y popular, la figuras de personajes como Rivadavia fueron bajados del pedestal en donde la colocó la historia oficial.


Pero duró poco. Un año después la dictadura emitió un decreto, el nº 289 del 17 de mayo de 1976, para insistir con Rivadavia. Y la calle volvió a cambiar su nombre, igual que la suerte del pueblo argentino que se sumergía en la oscura noche de la dictadura militar.

 
 
Oligarquía e historia

Para comprender estos cambios, las idas y vueltas con el nombre de una calle, es importante comprender que las instituciones formales de nuestro país nacieron sobre el cuerpo lacerado del federalismo argentino. El proceso de Caseros - Pavón, el aplastamiento de las montoneras federales, la infame guerra de la Triple Alianza de Mitre y la criminal "Conquista del Desierto" de Roca, constituyen los hechos fundacionales del país del liberalismo argentino.


La política antinacional de las elites portuarias no fue un rumbo equivocado o un desacierto político. Fue la coronación histórica de sus intereses asociados, por encima de la patria, al imperio Británico. El triunfo final de la oligarquía, complementaria del imperialismo, consolidó así su concepción de país colonial y semi dependiente.


Pero el innegable desarraigo de su proyecto con nuestro medio y la evidente contradicción con los intereses de la inmensa mayoría del pueblo obligaron a las elites gobernantes a "crear" bases ideológicas e históricas que sirvan para justificar y naturalizar el orden antipopular y el coloniaje que se instituía.

 
 
Construir el pasado para justificar el presente

Para justificar su accionar la oligarquía tuvo que elaborar una estructura de "pensamiento" al servicio de tal finalidad. No fueron sólo un par de libros ni profesores que escribían en diarios y medios de comunicación de la época los que hicieron la tarea. Se desarrolló una verdadera "política de la historia", como afirmaba Jauretche.


Historiadores, periodistas, textos escolares, la iconografía, las estatuas y la nomenclatura de paseos y calles. Todo el aparato cultural y pedagógico se puso en marcha.


El relato repetido por todos los medios exaltaba la figura de los militares, políticos y "pensadores" que sirvieron o fueron funcionales a los intereses de las clases dominantes locales. Allí entraron por la puerta grande Rivadavia, Mitre, Sarmiento y otros, como próceres de una nación inventada, justificada dogmáticamente por el discurso único de la época.


Las escuelas enseñaban a las nuevas generaciones la grandeza de los hombres del puerto e incitaban a los estudiantes a seguir su ejemplo y a demandar sus nombres en la nomenclatura urbana. La inmigración y la agonía terminal de la tradición oral hicieron el resto.

 
 
Nomenclatura y poder

La nomenclatura tiene una fuerte connotación política. Es un eslabón muy importante de eso que llamamos "una política de la historia".


No es casual que después de cada golpe de estado reaccionario que se realizaba en el siglo XX se sucedan una serie de modificaciones en los nombres de calles y en la denominación de diversos espacios públicos.

 
 
Naturalizar nuestra condena

¿Qué diferencia hay en que una calle lleve el nombre de un prócer auténtico como San Martín o lleve el nombre de un genocida como Mitre o un gobernante al servicio de una potencia extranjera como Rivadavia?


En la naturalización de un orden colonial y dependiente. Contribuye a asimilar a hombres y procesos que nada hicieron por el bienestar colectivo del pueblo.


Pensemos en un ejemplo cercano a cualquiera: jóvenes y niños crecen y lo primero que hacen es recorrer su barrio. Su mundo conocido, su vínculo cultural se va acrecentando con los nombres de las calles, plazas y monumentos que se encuentran cerca de la casa de sus padres o por donde transitan. Las mismas se tornan familiares, se llenan de vivencias y recuerdos que con el devenir de nuestra vida serán recordadas con un cariño nostálgico como aquellos días felices en los que no teníamos grandes responsabilidades. Sin pensarlo, asociamos los nombres y el paisaje urbano creado por la nomenclatura a lo más intimo de nuestras vidas.


Sin darse cuenta, un niño paranaense de pronto se encuentra caminando por calle Lavalle, que aunque puedan ser pocos metros, no dejan de ser un homenaje a un golpista fusilador, traidor a la patria, mercenario del imperio francés del siglo XIX. Se puede transitar por calle Roca, mentor y ejecutor del genocidio de los pueblos originarios. Hace un par de años, antes que la obra de la planta potabilizadora empezara, se podía jugar en la Plaza Pedro E. Aramburu, sin percatar el niño que este personaje era un golpista responsable de la muerte de muchos compatriotas. También se podrá caminar por calle Silvano Santander o General Paz sin poder encontrar los meritos reales para que exista una calle con sus nombres. O el caso de Mitre, un enemigo declarado de los intereses entrerrianos, en todas sus etapas, que sin embargo es una figura recurrente en la nomenclatura oficial de Paraná.


Podrían ser varios más los nombres de calles, paseos y plazas paranaenses que completen esta lista. Pero el caso de la Alameda de la Federación es muy simbólico.

 
 
Homenaje a los verdugos

Todos esos nombres de falsos próceres, presentes en calles, paseos y avenidas se naturalizan, se convierten en parte del paisaje, pero también en verdades elevadas al nivel de dogmas.


El aparato cultural hace el resto. Se encarga de repetir esa historia aburrida de héroes y causas abstractas o de relatar una en donde la culpa del presente es de todos, condenando y bendiciendo a todos por igual sin diferenciar ni establecer grados, ocultando la verdad histórica.


Utilizado nuestro comprovinciano para derrotar a Rosas y devolverle Buenos Aires a los unitarios exiliados, ahora la "pandilla del barranco" se proponía ir por todo. ¡Que mejor que repatriar los restos de un ex jefe del partido unitario, porteñista y pro imperialista hasta la médula! El cuerpo de Rivadavia, que tenía su descanso eterno en Cádiz (España), fue trasladado a Buenos Aires.

El entonces gobernador de Buenos Aires, Obligado, decreta honras fúnebres para Rivadavia: "el fundador de todas las instituciones que goza el Estado de Buenos Aires". El decreto lleva la firma del entonces Ministro Bartolomé Mitre quien, ni lerdo ni perezoso, recopilará todos los documentos relativos a los actos de homenaje a Rivadavia.

 



De este modo, Aramburu, Lavalle, Roca o Rivadavia ya no se discuten, son parte de la vida cotidiana de todos. Y así nadie discute la historia de la oligarquía.

 
 
Ciudades en serie

Esta política de la historia también ha pretendido despersonalizar todos los pueblos y ciudades argentinas.


La repetición hasta el hartazgo de los mismos "próceres" como Rivadavia, Mitre y Sarmiento en todas las provincias, ciudades, pueblos, pasajes públicos, caminos, plazas y calles termina estandarizando todos los rincones del país con la pretensión de imponer la ideología de una clase dirigente ante la diversidad cultural y social del país.

 
 
Viejos y nuevos nombres

Otra forma de proceder de la "pedagogía de la nomenclatura" fue la de borrar del paisaje urbano todo lazo con el pasado real del lugar.


El reemplazo de los nombres y las denominaciones originales por otras nuevas -y que nada tienen que ver con la historia de una localidad o una región- ha sido una constante en la urbanización liberal. Tal como lo hicieron con la Alameda de la Federación. ¡¿Qué tiene que ver una tierra federal como la entrerriana con un hombre como Rivadavia que hacía del puerto de Buenos Aires su morada y de Europa su alma?!


Las nominaciones originales fueron sustituidas por nombres de próceres liberales o fechas vinculadas con la historia de las elites triunfantes de las guerras civiles. Fue una forma sistemática de borrar lo que suponían como recuerdos de la barbarie inculta que habitaba nuestras tierras antes del desembarco de los "civilizadores".


Los viejos nombres, vinculados a los eventos históricos en cada lugar ocurridos, a la naturaleza autóctona o lenguas indígenas, implican siempre una forma de vincularnos con nuestro pasado común y cercano. Su sustitución produce que "el paisaje geográfico no coincida con el histórico".


Esta política de la historia no buscó crear un sentimiento de nación que trascienda los localismos, al contrario, trató de imponer un localismo, el del Puerto de Buenos Aires, a todo el país, en todos sus rincones. Y en buena medida lo logró.

 
 
Rivadavia: un invento de Mitre

¿Cuáles fueron las razones políticas que impulsaron el cambio de nombre de la Alameda de la Federación por el de Rivadavia en particular? Como vimos, fue parte de un plan de las clases dominantes.


Bartolomé Mitre no escribió la biografía de Bernardino Rivadavia, pero fue el hombre que sacó del ostracismo al autoexiliado ex "presidente" y lo colocó en el panteón de los próceres argentinos. Si bien no hizo una biografía específica sobre él, Rivadavia fue motivo de permanentes homenajes, evocaciones y arengas por parte del fundador de La Nación.


En vida, Rivadavia fue casi deportado de nuestro país. Repudiado por el pueblo debió exiliarse. Antes de morir había solicitado que su cuerpo "no volviera jamás a Buenos Aires".


Pero corría el año 1857, la oligarquía porteña tenía un programa político trazado: apropiarse del poder y de los destinos de la nación. Habían pasado los tiempos de las alianzas coyunturales con Urquiza.

 

Un prócer a medida

Mitre encontrará en la figura de Rivadavia la justificación de la política que llevará adelante en los próximos años. Era el momento de inventar un prócer. Y así fue. En un discurso dado en ocasión de conmemorarse el centenario del nacimiento de Rivadavia, Mitre, entre otras cosas dice: (Rivadavia) "es el mas grande hombre civil de la tierra de los argentinos, padre de las instituciones libres"; "(perteneciente a) la raza de los hombres selectos, cuyo molde rompen y renuevan las naciones cada cien años"; "(Rivadavia es) una parte de nuestro ser"; "(percibiremos en nosotros) su alma, su mente y su fuerza inicial".


Nicolás Avellaneda, otro presidente de la patria liberal, termina de contornear con sus pablaras la silueta del nuevo prócer: "Don Bernardino era solemne en sus maneras, majestuoso en su pensamiento, y la tristeza fue el estado habitual de espíritu"... (su alma) penetra en las regiones serenas de la historia, pasando por la tumba, depurada de los resabios humanos... No descendió jamás de su pedestal altísimo".


Ningún elogio era gratis, ningún homenaje era desinteresado. El poder busca la forma de acumular más poder. El poder de las ideas y la apropiación del relato histórico es poder. El centenario del nacimiento de Rivadavia se cumplía el 20 de mayo de 1880. Roca estaba en el gobierno, sobre sus espaldas el liberalismo argentino cargaba la muerte de todos los caudillos federales y el holocausto del pueblo paraguayo. Se aprestaban a lanzar la "Conquista del Desierto" y el estado nacional, hecho a la medida de los intereses de la burguesía comercial porteña y los grandes terratenientes, era el único actor político nacional. Nada era mejor entonces que poner en el panteón de los próceres a un "liberal", autoritario, antipopular, pro imperialista y furioso defensor de los privilegios de la oligarquía como Rivadavia.


Rivadavia es el fundador del partido unitario. El espíritu de la oligarquía comienza a gestarse con el gobierno central y nacional del Directorio: los "directoriales" de Rivadavia son los futuros unitarios. Por su visión política y por los intereses que defendió, y como lo hacía, fue el fundador del partido que luego representarán Mitre, Sarmiento y Roca.


Por ser quien fue se multiplicaron por miles las calles, escuelas, estatuas, monumentos, etc., con su nombre. No es fortuito que en Paraná, en la misma época histórica se haya cambiado el nombre de Alameda de la Federación y se haya puesto el nombre de Rivadavia; y que lo hayan propuesto jóvenes moldeados por la educación que dispuso el partido liberal para justificarse a sí mismo.

 
 
Un porteño en Paraná

Desde el punto de vista histórico son muchas las razones por las cuales a nadie le puede parecer sensato homenajear a Rivadavia.


Una lógica elemental de sentido localista nos obligaría a preguntarnos: ¿por qué en las tierras donde nació el federalismo tenemos que rendir homenaje a un porteño antipopular con una de las calles más pintorescas? ¿Existe en Buenos Aires calles principales o importantes paseos o avenidas que rindan homenaje a López Jordan, a "Chacho" Peñaloza, Felipe Varela, etc.?


¿Cuándo la nomenclatura porteña rindió culto a Pancho Ramírez, Facundo Quiroga a Juan Bautista Bustos? Nunca, por supuesto.

 

 

Vigencia de la polémica histórica

A pesar de que muchos crean que ésta polémica no tiene sentido y que cambiar el nombre de una calle no cambiará la historia, ni solucionará el futuro, lo cierto es que existen razones políticas muy importantes para dar este discusión.


La vigencia de un debate en torno a estas cuestiones, y las encendidas pasiones que despiertan, sólo se pueden entender si consideramos el carácter inconcluso de nuestro recorrido histórico. El presente argentino está incumplido. Y este incumplimiento deriva del pasado. Es la resultante de aquellas guerras intestinas, las guerras civiles que desviaron a la nacionalidad de su propio destino. Este incumplimiento deviene del triunfo del Buenos Aires mercantil y financiero con las armas y las políticas de Europa. Ha sido una historia alterada y un destino nacional desviado por las clases dominantes.


Abelardo Ramos lo afirmaba con claridad: "Mitre es parte de nuestras luchas cívicas presentes, pues sus ideas, el sistema de intereses económicos portuarios, y la oligarquía, de la que él surgió como la figura más representativa, continúan obstaculizando el desarrollo del pueblo argentino. ¿Cómo prescindir de una evaluación política? ¿Cómo no arrancar la mascara que cubre el rostro de bronce? La Argentina es un país donde las estatuas despiertan sospecha antes que respeto".


En este punto radica la importancia de una iniciativa como la de la gestión de intendente José Carlos Halle, dar un debate imprescindible en el campo de las ideas y la historia a través de hechos concretos y masivos.

 
 
Una batalla por la historia

Alameda de la Federación o Av. Rivadavia son mucho más que nombres, son símbolos y batallas que damos contra la colonización cultural.


Arturo Jauretche, en referencia al yrigoyenismo y al peronismo, decía: "Encontraremos en el pasado lejano las claves de nuestra historia, y tal vez no haber afrontado decididamente la revisión histórica haya sido la causa de que ambos procesos nacionales hayan carecido de la experiencia necesaria para conocer a los adversarios en su verdadero poder y en las fuerzas y los fines ocultos que sirvieron y siguen sirviendo. Allí esta también el secreto de su debilidad y sus caídas".


Si alguna función puede tener la historia debe ser la de enseñarnos a no cometer los mismos errores dos veces. Nuestra generación debe tomar nota y comprender que no da lo mismo un nombre que otro, que no resulta indistinto la veneración de un "prócer" que otro. Nuestras estatuas, calles y avenidas nos enseñan aunque no nos demos cuenta y lo peor de todo es que nos enseñan erróneamente.


Cada generación tiene una mirada original sobre el pasado, la nuestra, será la llamada generación del 82 destinada a arraigar y disfrutar la democracia conseguida por las generaciones anteriores.


En cada ocasión, por mas pequeña que le parezca a alguien, afirmamos que nos interesa el pasa
do, queremos controlarlo nosotros. No estamos dispuestos a consumir más la verdad histórica asesinada. En el fondo es un tema de poder, una disputa por el espacio de la historia, una contienda por el valor de la palabra, que mi generación no deberá perder si quiere ser dueña de su destino.

Sin dudas, devolverle el nombre de Alameda de la Federación, es un aporte más que hacemos desde Paraná a esta causa casi bicentenaria. Sea bienvenida entonces la iniciativa de la gestión de José Carlos Halle junto a los planteos y el impulso que distintas organizaciones de la sociedad civil le dieron a la iniciativa de dejar de rendir homenaje a un personero de la entrega y el coloniaje como Rivadavia.

 
Escribe: Dr. Gonzalo García


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