“Un país que destruye la Escuela Pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la Educación, está gobernado por aquellos que pierden con la difusión del saber”. Ítalo Calvino
Combate de Pozo de Vargas: Lanzas federales contra fusiles unitarios provistos por ingleses
Revolución de Los Colorados.
La Batalla de Pozo de Vargas, del 10 de abril de 1867, fue un enfrentamiento de las guerras civiles argentinas. Las fuerzas federales eran comandas por el caudillo Felipe Varela. Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo. Se libró en las afueras de la ciudad de La Rioja.
El ejército "nacional" (mitrista) del Noroeste -reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad, con el general Ignacio Rivas y el coronel Julio A. Roca; y con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- estaba al mando del general liberal Antonio Taboada.
Los federales lucharon con bravura, pero sus caballos estaban debilitados y tenían muy pocas armas de fuego. Los liberales, en cambio, estaban armados con fusiles de repetición y se limitaron a resguardarse y tirar contra los blancos móviles que desfilaban frente a ellos. La superioridad numérica de los montoneros les permitió algunos éxitos parciales, entre ellos la captura por parte del coronel Elizondo del parque del ejército nacional y el avance hasta entrar en la ciudad de La Rioja. Pero sus hombres, casi muertos de hambre y sed, se dispersaron por la población, comiendo y bebiendo.
La victoria de Taboada significó el final de la última y mayor rebelión federal del norte contra la presidencia del liberal Bartolomé Mitre. La revuelta federal fracasó y el régimen liberal imperaría sin oposición durante varias décadas en la Argentina. Lentamente, los pueblos del interior se acostumbrarían a estar sometidas a la prepotencia de quienes llegaran desde Buenos Aires. Y a la pobreza impuesta por una política económica que sólo veía la prosperidad de la región pampeana como proveedora de materias primas baratas para el Imperio Británico.
La Opinión Popular Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. COMBATE POZO DE VARGAS
- 10 de abril de 1867 -
Los primeros días de abril el ejército "nacional" (mitrista) del Noroeste -reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad y con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- al mando del general liberal Antonio Taboada (del clan familiar unitario de ese apellido que dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX), entró a la ciudad capital de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al coronel Felipe Varela a volver al sur para liberarla.
En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada "a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos" en un combate fuera de la ciudad "a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar".
Pero el general no era ningún caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las montoneras. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso.
Mientras, los "nacionales" habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente el de Vargas, a la entrada misma de la ciudad, a un par de kilómetros del centro.
Taboada les dejará el pozo de agua como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos que los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo ("tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino"), y fue recibida por el fuego del ejército de línea.
Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada.
En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército -que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe.
Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como "la Tigra ". En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte. Dolores Díaz, "La Tigra" acompañaría por poco tiempo a la montonera.
Tuvo la mala suerte de caer prisionera de Taboada, que la trasladó a Brachal, un verdadero "campo de concentración" de Santiago del Estero. Nada más se sabe de "La Tigra".
Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco Solano López y la "guerra de la Unión Americana".
Con un puñado de sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo -despechado- al volver las bridas: "¡Otra cosa sería / armas iguales!".
La retirada se hizo en orden: Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos.
Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la noche de ese dramático 10 de abril de 1867.
Los demás han muerto, fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal.
Pero Taboada también había pagado su precio: "La posición del ejército nacional -informa a Mitre- es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas".
En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Gentileza de Miguel Eduardo Landro Lamoureux emelandro@gmail.com