El “espejismo de las mayorías” lo indujo a un error descomunal: no advertir que la quema del ataúd con las siglas del radicalismo, en la Avenida 9 de Julio, durante el acto de cierre de campaña de las elecciones del ’83, iba a enterrarlo a él y a su sueño de jugar en las grandes ligas; no percibió que lo que le había dado poder en el primer cinturón del Conurbano bonaerense resultaba indigerible al otro lado de la General Paz.
Herminio Iglesias fue peronista, sindicalista, intendente de Avellaneda, diputado y fallido candidato a gobernador de Buenos Aires en 1983 por el PJ. Su quema del ataúd con la sigla UCR fue el símbolo de la derrota del peronismo a manos del radical Raúl Alfonsín.
Participó del 17 de octubre de 1945. Presidió la agrupación vandorista "30 de Junio", en Avellaneda. Fue baleado en 1972 por otros peronistas. Corrió a tiros a Juan Manuel Abal Medina ese mismo año. Fue baleado otra vez, en este caso le rozaron el escroto, en septiembre de 1973, también por una interna con sus adeptos.
Tenía una fama basada en exabruptos, provocaciones y un curioso manejo del idioma. Era un exponente de la ortodoxia justicialista, una fórmula que con menos eufemismo podría traducirse como un "pesado" del peronismo bonaerense. Gozaba de un nombre en su territorio, Avellaneda, ganado, entre otras cosas, a fuerza de pistola.
Los que estábamos en las antípodas ideológicas de Iglesias recordamos -nobleza obliga- que las tres firmas que llevaba el documento de denuncia de la represión militar entregado a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, en plena dictadura, eran las de Alfonsín, Deolindo Felipe BittelyHerminio Iglesias. Y él se ofreció para entregar el documento donde el PJ y la UCR defendían a los derechos humanos. Eran tiempos donde no abundaban los valientes.
En Herminio había un elemento central del peronismo: la reivindicación de los humildes. Venía de abajo en serio, no se había criado en las bibliotecas, ni siquiera sabía dónde quedaban. Era duro, forjado en la vida, expresaba como nadie la cultura de la calle, la de la noche, la del dolor. No era un mafioso, como lo querían definir los cajetillas, tampoco un santón, como lo imaginaban algunos fanáticos de la política. Murió el 16 de febrero de 2007.
Alguno nos acusará por recordar a personas que tenían relación con el delito. En rigor, la política los sacó de la marginalidad, no como tantos a los que ahora la política los inició en el mundo de la corrupción y el delito. Y la gran mayoría de ellos tienen carreras universitarias.
Por Carlos Morales para La Opinión Popular
Es probable que el vaivén sea más propio de la ideología que de la naturaleza de este hombre nacido el 20 de octubre de 1929, hijo de un matrimonio de orensanos que llegó a América corrido por las hambrunas de Galicia. A los tres años los Iglesias se trasladaron de Villa Castellino, en Avellaneda.
Herminio era muy pequeño cuando, jugando con un motor, perdió el dedo índice de la mano izquierda. Su hermana Clara contó, para alimentar el mito del coraje, que "cuando se miró el dedo destrozado ni siquiera gritó. Ese pedacito de dedo estuvo en un frasco durante mucho tiempo. Nosotros le decíamos que mamá lo guardaba para ponérselo de nuevo. Y él esperaba. Un día se cansó de esperar, agarró el frasco y lo tiró a la basura".
La verdad es que Herminio estaba lleno de cicatrices y mutilaciones: un accidente de coche en la autopista Ricchieri, en 1965, le dejó un párpado retraído y una mirada extraña; en 1973, al salir de un velatorio, le metieron cuatro tiros en el cuerpo. Uno de ellos, reza la leyenda urbana, le rozó un testículo. Al periodista que le preguntó por el asunto le ofreció que el enigma lo dirimiera su hermana, "si estaba buena".
Aunque el estigma que lo persiguió más que ningún otro fue una escuela primaria terminada por la noche y a los tropezones. "Hay quienes no se comen las eses -se disculpaba- pero se comen el país."
Le dolía haber pasado a la popularidad por el "ganaremos conmigo o sinmigo", un desliz que coronó prometiendo, en el mismo mitin, "trabajaremos las 24 horas del día y de noche también".
Qué se le va a hacer. A los 13 años la pobreza lo obligó a entrar en Siam -Di Tella, pero la ignorancia no está reñida con la viveza y a los 21 era el delegado del personal: la Unión Obrera Metalúrgica no era un gremio de señoritas y él tenía una visión pragmática.
Fustigaba la corrupción ostentosa de los caudillos sindicales pero matizaba: "¡Ojo!, que yo no digo poner dirigentes jóvenes que hagan huelgas todos los días".
El, para ser coherente, nunca se fue del barrio aunque haya llevado en la muñeca un Rolex de oro macizo, manejado un BMW y disfrutado de una quinta con dos canchas de tenis (en Florencio Varela, eso sí). Cobraba una pensión como ex diputado, una tarea que lo aburrió. Por eso se hizo ver poco en el recinto, donde no intervino jamás.
Admitía que pudo haberse jubilado antes, como intendente, en 1973, "pero no lo hice porque tengo ética, porque tengo moral y porque en aquel entonces no tenía la edad suficiente".
El afecto a los perros desafiaba su imagen de duro, al punto de que los huesos de su chihuahua, Celeste, reposaban en una caja, sobre un mueble de su casa; practicaba billar en un club de Once, jugaba paddle dos o tres veces por día ("con Barrionuevo somos una pareja imbatible") y el fútbol no se le daba mal.
En un ejemplo de flexibilidad compatible con la política, integró las Inferiores de Huracán, fue socio de Independiente, socio vitalicio de Racing, pero su corazón, su corazón permaneció azul y oro.
Sus enemigos políticos le facturaron el pasado: hicieron saber que sus referencias a detenciones y torturas se vinculaban a cuatro procesos instruidos contra él entre 1965 y 1967, uno por asalto a un transporte y robo de 24 mil litros de aceite procedente de Brasil, dos por levantar quiniela clandestina y otro por amenazas.
En 1987 fue expulsado del PJ junto a Tomás de Anchorena, un aristócrata populista, y a Lázaro Rocca, un ex laborista, por presentar una lista opuesta a la oficial de Antonio Cafiero. El dijo que se iba por su propia decisión, "imposibilitado de compartir nada con socialdemócratas, comandos civiles y marxistas".
Ganó la intendencia de Avellaneda durante el último gobierno de Perón, entre 1973 y 1976, ocupó una banca de diputado nacional entre 1985 y 1989 y lo eligieron concejal desde 1991 a 1999. Podía ser mortífero y no sólo por el poder de fuego de sus custodios. A Manuel Quindimil lo lapidó el filo de sus comentarios: "Leí que Quindimil dijo que hay que jugarse por Cafiero. Si Quindimil nunca se jugó por nadie".
Otro de sus antiguos adversarios, el intendente de Avellaneda Baldomero "Cacho" Álvarez, el hombre que había dejado de concurrir al club Las Barracas para evitar confrontaciones riesgosas con "Herminio", le ofreció a su viuda, Carmen Cadena, el salón Eva Perón de la intendencia para velar sus restos.
Por Susana Viau
Por Julio Bárbaro
Fuente: "Murió Herminio, el del cajón", por Susana Viau (Página/12, 17 de febrero de 2007) Herminio Iglesias fue intendente de Avellaneda entre 1973 y 1976. En la reapertura democrática de 1983 compitió por la gobernación bonaerense. Perdió y fue el símbolo de la derrota por la quema de un cajón con los colores de la UCR durante el acto de cierre del peronismo en la 9 de Julio.