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Sociedad e Interés General - 11-11-2023 / 09:11
11 DE NOVIEMBRE DE 1859

El Pacto de San José de Flores y el dominio porteño sobre el interior federal

El Pacto de San José de Flores y el dominio porteño sobre el interior federal
Santiago Rafael Luis Manuel José María Derqui Rodríguez fue el segundo Presidente de la Argentina. Fue el primero en gobernar la Confederación y Buenos Aires, ya unidos como la Nación Argentina, desde la jura de la Constitución. Su breve gobierno terminó con su renuncia al cargo tras la derrota de la Confederación Argentina, en manos de los porteños, en la batalla de Pavón.
El 11 de noviembre de 1859, se firma el Pacto de San José de Flores, como consecuencia de la victoria federal de la Confederación Argentina sobre las tropas porteñas de Buenos Aires en la batalla de Cepeda. Con este acuerdo, termina la separación posterior a la caída de Juan Manuel de Rosas: la provincia de Buenos Aires pasa a formar parte de la Argentina, aunque la federalización de la ciudad de Buenos Aires recién se resolverá en 1880. La integración de Buenos Aires a la Confederación se rubricó un año después con la primera reforma de la Constitución de 1853.
 
Pero con la sanción de las reformas de 1860 no se terminaron los problemas: Bartolomé Mitre y los porteños azuzaron las diferencias entre Santiago Derqui y su antecesor, Justo José de Urquiza, que seguía siendo el comandante del ejército y había vuelto al gobierno de la provincia de Entre Ríos. Los liberales, continuadores de los unitarios y aliados de Buenos Aires, lograron una serie de avances en las provincias del interior, obligando a Derqui a apoyarse cada vez más en Mitre y sus aliados.
 
Dos crisis precipitaron el fracaso de la anunciada "unión nacional":​ por un lado, los liberales de San Juan asesinaron a su gobernador, José Antonio Virasoro; en respuesta, el general Juan Saá, nombrado interventor federal por Derqui, invadió la provincia y derrotó al nuevo gobernador Antonino Aberastain. Por otro lado, el gobierno porteño, a pesar de lo pactado, eligió los diputados de la provincia según la ley provincial, y no según la nacional.
 
Cuando el Congreso rechazó los diplomas de los diputados porteños, Mitre anunció que desconocía el Pacto de San José. Y desconoció la autoridad del presidente Derqui y su Congreso, además de negarse a entregarle la Aduana. Eso precipitó una segunda fase de la guerra civil, que comenzó con la victoria porteña en la batalla de Pavón. A continuación, el ejército porteño invadió las provincias federales del interior. Derqui renunció, y la Confederación quedó de hecho disuelta.
 
Los gobiernos provinciales, dominados por lo viejos unitarios, encargaron a Mitre normalizar las autoridades nacionales, y éste reunió un nuevo Congreso Nacional, en el que los federales fueron proscriptos en casi todas las provincias. Y poco después fue elegido presidente de la Nación, cargo que asumió en octubre de 1862.
 
Pese a las presiones de los porteñistas más fanáticos, Mitre decidió reconocer el texto constitucional aprobado en 1860, y también todas las cláusulas del Pacto de San José de Flores. La República Argentina permaneció unida, aunque dominada de hecho por el gobierno liberal porteño. En esas condiciones, tampoco tuvo inconveniente en nacionalizar la Aduana.
 
Los federales del interior fueron derrotados a lo largo de una larga guerra civil. Y, tras varios alzamientos esporádicos, terminaron por ser definitivamente aplastados a mediados de la década de 1870. Mitre y sus seguidores porteños persiguieron con extrema crueldad a sus opositores, a quienes negaron los derechos más elementales, ejecutando a muchos de ellos con la excusa de que no eran integrantes del Partido federal en armas, sino simples bandidos.
 
Las expediciones punitivas y represoras ahogaron a sangre y fuego las protestas de los pueblos del interior, del Chacho Peñaloza, de Felipe Varela, de López Jordán. No obstante, las guerras civiles argentinas se reanudaron en varias oportunidades hasta 1880, dirimiéndose a través de ellas la preeminencia política de un partido liberal porteño, y la Federalización de la ciudad de Buenos Aires como capital de la Nación.
 
Había muerto la Argentina de las lanzas y faltaba mucho para que comenzara la Argentina de las alpargatas con Juan Perón.
 
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26-07-2024 / 08:07
El 26 de julio es un día de recordación para todos los sectores populares, porque ese día murió de cáncer y a los 33 años,  esa gran revolucionaria que fue María Eva Duarte, Eva Duarte, Eva Perón, o Santa Evita y que quiso ser llamada simplemente Evita.

Querida por el Pueblo hasta el misticismo y odiada por la oligarquía hasta la profanación de su cadáver, legó a su Patria una extraordinaria obra de justicia social, los derechos de los trabajadores y de la mujer, y el ejemplo de su fuerte compromiso militante por el bienestar de los pobres.

Tuvo el derrotero de vida de una heroína predestinada a la grandeza, que consiguió sobreponerse al espanto de la niñez y la juventud para alcanzar la cima rompiendo con todos los mandatos sociales de la época. De origen humilde, migró a la ciudad de Buenos Aires a los 15 años donde se dedicó a la actuación, alcanzando renombre en el teatro, el radioteatro y el cine. En 1943 fue una de las fundadoras del sindicato de la Asociación Radial Argentina (ARA), siendo elegida presidenta. En 1944 conoció a Juan Perón, entonces secretario de Estado.

Participó activamente en la generación de la histórica movilización revolucionaria del proletariado argentino el 17 de octubre de 1945 y en la campaña electoral de 1946 que permitió el triunfo popular. Con el Pueblo en el Gobierno, impulsó y logró la sanción en 1947 de la ley de sufragio femenino. Tras lograr la igualdad política entre los hombres y las mujeres, buscó luego la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad compartida con el artículo 39 de la Constitución de 1949.

En 1949 fundó el Partido Peronista Femenino, el que presidió hasta su muerte. Desarrolló una amplia acción social a través de la Fundación Eva Perón, dirigida a los sectores más pobres. La Fundación construyó hospitales, asilos, escuelas, impulsó el turismo social creando colonias de vacaciones, difundió el deporte entre los niños, otorgó becas para estudiantes, ayudas para la vivienda y promocionó a la mujer en diversas facetas. Adoptó una posición activa en las luchas por los derechos sociales y laborales y se constituyó en vínculo directo entre Perón y los sindicatos. 

Los gorilas oligarcas la despreciaron tanto que no lograron más que agigantar sus logros y volver más férrea la defensa popular. Su voz, sus discursos, su joven belleza y su rebeldía quedaron para siempre en el corazón de todo un pueblo. Inmortal, intocada por la muerte, agigantada en su martirio por el cáncer y el robo su cuerpo, es un mito que el tiempo se encarga de tener siempre vigente, aquí en su Patria y en el mundo.
 
Como a todos los grandes líderes populares de la historia, el odio la envolvió y la siguió más allá de la muerte. Sus enemigos, la antipatria y la oligarquía, ejecutaron la macabra y enfermiza venganza de profanar y secuestrar su cadáver.

Ni siquiera así, y prohibiendo nombrarla, sus enemigos pudieron arrancarla de la memoria y el cariño popular. El odio de la oligarquía y el amor del pueblo son parte del mismo fenómeno, escindido en dos efectos antagónicos; uno y otro se alimentan recíprocamente.

Evita sigue viva, mas revolucionara, más mujer, más combativa que nunca. Ya volvió, en los albores de los años ´70, como símbolo y bandera revolucionaria, en un periodo de grandes transformaciones políticas y sociales, en Argentina y en toda Latinoamérica, para sumar a vastos sectores juveniles a la militancia por el retorno de Juan Perón.

Evita reaparece siempre en su ejemplo, para que pongamos en práctica los valores que nos legó, como bien lo recordara el poeta José María Castiñeira de Dios en "Volveré y seré millones".

Reivindicando a Néstor Kirchner
Escribe: Blas García 

26-07-2024 / 08:07
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