Nacionales - 13-01-2015 / 07:01
DESTRUCCIÓN DE LA INDUSTRIA NACIONAL
Martínez de Hoz, Menem y los Kirchner: responsables de la desindustrialización
Martínez de Hoz, Menem y los Kirchner: responsables de la debacle. Necesitamos una industria propia vigorosa, pujante, agresiva, apta para competir con mercados del exterior. Pero nadie, en un sistema capitalista, invierte dinero para perder. Y cuando el marco jurídico es inestable y los riesgos altos, los capitales se retiran, más cuando cepos en el mercado cambiario los ponen en desventajas. Para colmo las tarifas de servicios: luz, gas, comunicaciones, son de las más altas en la región y en el marco de un sistema en el que el cóctel de recesión e inflación son fulminantes, la industria argentina está en pleno retroceso y crisis producto del modelo K.
Los K repiten que ellos "han puesto en pie a la industria nacional de la debacle neoliberal de los años '90". Si bien es cierto que el país vivió una recuperación durante los años de Néstor Kirchner en el poder, la realidad muestra que no alcanzó para volver a colocar a la Argentina en el núcleo productivo de América Latina.
La realidad muestra que si nos comparamos con Brasil, México, Chile, Perú o Colombia, el país queda muy relegado, dando claras muestras de la incapacidad oficial para detener el declive que sufre la industria argentina, y que los parches que ha ejecutado Cristina con Axel Kicillof a la cabeza, en vez de solucionar el problema, lo ha agravado.
Un análisis de la situación productiva nacional, da cuenta de un país que no ha tenido un proceso de desarrollo industrial durante la mal llamada "década ganada", donde el empleo privado creció mucho menos que el empleo público, que ha llevado a que Argentina esté muy por detrás de otros países de la región.
En los años 40 y 50 del siglo pasado, la Argentina de Juan Perón supo ser ejemplo en la región en materia de desarrollo y crecimiento sostenido con inclusión social, sembrado de fábricas e industrias donde se daba trabajo a millones de personas y que era modelo de toda la región; lamentablemente hoy el país es ejemplo solo de aquello que no se debe hacer en materia económica.
La destrucción de la industria nacional la inició el ministro de Economía, José Martínez de Hoz en 1976, en la dictadura de Videla. Destruyeron el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y construyeron una economía de mercado abierta, que desarmó la producción nacional y llevó a una fuerte primarización.
Mediante la reducción de los aranceles a la importación y el descenso del tipo de cambio de paridad de la moneda local con respecto a las extranjeras, se construyó una economía de libre mercado que encontraría dos décadas después su continuación en el menemismo.
El neoliberalismo de Carlos Menem y sus "relaciones carnales" con Estados Unidos avanzaron en la aniquilación de la industria nacional, y luego las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner le pusieron el "moño", al entregar YPF, amplios sectores de la Patagonia con recursos energéticos valiosísimos, los hielos continentales y la explotación de minerales a cielo abierto.
El kirchnerismo nunca tuvo un plan estratégico ni un modelo en serio. Se basó en el proceso rebote que vino de la debacle del 2001. Es decir, Kirchner asumió la presidencia con un dólar recontra alto, que a precios de hoy era de 17 pesos, la soja que llegó a más de 500 dólares, y a eso se le sumó el extraordinario viento de cola en el mundo.
En eso consistió el kirchnerismo, y en generar recursos fiscales para repartir con clientelismo político. No hubo nunca un plan estratégico para industrializar y generar trabajo genuino, y la Argentina está pagando caro esa incapacidad; cuando hoy, la recesión y la inflación espantan a los inversores. Junto a Martínez de Hoz y Menem, los Kirchner son responsables de la desindustrialización.
La Opinión Popular
EN FOCO
El cuento de la reindustrialización K
Todos los meses, el balance comercial del INDEC se encarga de mostrar que la reindustrialización y la sustitución de importaciones han sido consignas sólo visibles en el pregón oficial. Y prueba, en los hechos, que la Argentina mantiene una estructura industrial con atrasos bien marcados.
Las exportaciones y la capacidad de insertarse en el mundo son una manera de medir el grado de desarrollo y la diversificación del aparato productivo. Pero para que eso sea posible es necesario cubrir una serie de etapas que al final dan, justamente, una industria con mayor productividad y más competitiva.
Es un salto cualitativo que aquí sigue ausente en amplios sectores, por no decir en la mayor parte de los sectores. Y que requiere, según los especialistas, incorporar dosis considerables de trabajo, de tecnología, de innovación y conocimiento cuya síntesis se llama inversiones.
Esas carencias quedan al descubierto en un punto del balance comercial: las exportaciones de manufacturas industriales han caído durante todo 2014, nada menos que 28% en noviembre y pueden terminar al nivel de 2010. Por de pronto, en los once primeros meses -último dato oficial disponible- arrojan un bajón de 4.050 millones de dólares contra el mismo período del año pasado.
Vista a través del saldo de divisas entre exportaciones e importaciones, la cuenta canta un déficit de 26.000 millones en esos once meses. Pero está lejos de ser un fenómeno circunstancial, que pueda ser atribuido a un mundo más hostil o a la retracción de la economía brasileña: el desequilibrio avanza sin freno desde los 11.800 millones de 2003 y acumula impresionantes 236.000 millones de dólares en la era kirchnerista.
Números sobre números, dice mucho, o lo dice todo, que en estos años las ventas externas del complejo sojero hayan ascendido a US$ 220.000 millones. Dice que la súper soja ha bancado el rojo industrial y habla, también, de la subordinación a las divisas provenientes de una sola rama de productos.
El problema es que no sólo están cayendo las exportaciones de manufacturas fabriles sino que, aún con cepo cambiario, las importaciones son de una magnitud enorme.
Este contraste, que salta en el déficit del balance comercial, expresa dos cosas a la vez. Una es, nuevamente, la escasa penetración de nuestros bienes industriales en el mercado internacional, derivada de la falta de competitividad. La otra son los agujeros en el interior de las cadenas productivas, que deben ser cubiertos con bienes e insumos importados, como que por cada punto que crece el PBI industrial es necesario importar por US$ 3.000 millones: dependencia externa, vivita y coleando.
El fenómeno revela que el crecimiento de la producción fabril, fuerte en estos años, no puede ser asimilado a un verdadero desarrollo del sector y menos a un desarrollo integral. Pariente directo de eso mismo es la ausencia de una sustitución seria de importaciones o que más bien existe lo contrario.
Sobran pruebas en muchos sectores, aunque tres se llevan las palmas: combustibles, autos y la electrónica de Tierra del Fuego que, sumados, se habrían anotado el año pasado con un déficit de US$ 18.000 millones. Equivale a casi el 70% del desequilibrio industrial completo.
Tanto en estas tres cuanto en otras actividades el resultado podría haber sido peor, sino hubiesen mediado la recesión y el cepo cambiario sobre gran parte de las importaciones.
Es increíble, una manera de decir nada creíble, que en el Gobierno sigan batiendo el parche con que el cepo es un invento del periodismo crítico cuando se mira qué pasa ahí mismo. Existen compras al exterior ya realizadas por más de US$ 5.000 millones sin que el Banco Central haya autorizado las divisas para saldar la deuda. Economía traba las operaciones o las valida en cuenta gotas. Y a menudo reaparece el uno a uno de Guillermo Moreno: sale un dólar para importaciones si entra otro por exportaciones.
"Ahora el sistema está más ordenado que en los tiempos de Moreno, pero las trabas son tanto o más rigurosas", dice un consultor que asesora a varias compañías. Lo del "más ordenado" alude a ciertas prácticas sospechosas adjudicadas al ex secretario de Comercio que sigue masticando bronca en la embajada argentina en Roma. Por el resto, manda la necesidad de preservar reservas a toda costa, en un escenario donde el superávit comercial global va estrechándose de mes en mes.
Hay otras maneras de medir la performance industrial. Una es que su participación en el PBI nacional, limitada hoy al 15%, está tres puntos o tres puntos y medio por debajo de algunos años de los 90, caracterizados por la desprotección o la destrucción del aparato productivo.
Esto significa que aun cuando la actividad haya crecido a tasas considerables hubo varias que lo hicieron a un ritmo mayor; claramente, los servicios y entre ellos, el movimiento financiero.
Considerado una muestra de trabajo calificado, de mayores salarios y de ascenso social, el empleo registrado resulta una prueba más del retroceso. En 2003, a la salida de la crisis, el aporte de la industria a la ocupación total era del 18%; una década después, en 2013, ha retrocedido al 16,4%.
Puesto de otra manera y según estadísticas de la Seguridad Social, entre esos años el empleo industrial aumentó 52,7% contra 68% del empleo global.
Las políticas erráticas, a veces contradictorias entre sí, las recesiones recurrentes, los parches de ocasión, la falta de crédito a largo plazo y, además, el déficit en la infraestructura explican en gran medida el escaso despliegue de la industria nacional.
Está claro que la culpa que le cabe al kirchnerismo en esta historia ancla en los once años que lleva al frente del gobierno, lo cual no es poco tiempo ni falta de tiempo para un modelo que se pretendió de "industrialización con matriz diversificada".
Con la caída de 2014, la producción manufactura ha cumplido tres años consecutivos en recesión y muy probablemente 2015 sea un período de estancamiento. Buena parte de lo que ahora suceda dependerá de los dólares disponibles y, luego, de la posibilidad de aflojar el torniquete sobre las importaciones.
La llamada restricción externa, que en realidad tiene bastante de propia, está poniéndole el broche a un pregón con mucho encanto y poca sustancia. Y esto también va derecho a la cuenta del kirchnerismo.
Por Alcadio Oña
Fuentes: Clarin, Hoy en la Noticia y LOP