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Groucho Marx dijo: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". En ese punto, Javier Milei es marxista.
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Internacionales - 09-01-2023 / 16:01
LA ULTRADERECHA MANIFIESTA SU ODIO A LA SOBERANÍA POPULAR

Golpismo terrorista en Brasil: Un ataque a la democracia predecible y prevenible

Golpismo terrorista en Brasil: Un ataque a la democracia predecible y prevenible
La receta es movilizar a un segmento de la “sociedad civil”, ganar las calles, precipitar la intervención militar y tumbar al gobierno indeseable. El signo de esa revuelta bolsonarista guarda una notable similitud con lo acaecido en el Capitolio de Estados Unidos. La coincidencia no es casual, habida cuenta de la existencia de una muy activa y muy bien financiada internacional neofascista que tiene como su gurú ideológico y organizacional a Steve Bannon, exasesor de Donald Trump.
Ocho días después de la toma de posesión de Lula, la horda pro fascista de extrema derecha de seguidores de Jair Bolsonaro volvió a promover actos golpistas, terroristas y reaccionarios. Contó con la connivencia o el apoyo de la policía y la Secretaría de Seguridad Pública (exministro de Justicia de Bolsonaro), e incluso del gobierno del Distrito Federal (que fue destituido por el juez Alexandre de Moraes durante 90 días), ya que la manifestación ultraderechista logró entrar sin muchas dificultades en la sede de los tres poderes.
 
Las salas del Supremo Tribunal Federal (STF), el Palacio del Planalto (sede del Ejecutivo) y el Senado y la Cámara de Diputados fueron tomadas y destruidas. Las imágenes muestran a la policía escoltando la manifestación hasta la sede de los tres poderes. Hacía días que era de conocimiento público que se llevaría a cabo esta manifestación, lo que refuerza que hubo apoyo de las fuerzas policiales y del Gobierno de Brasilia para que esta acción llegara hasta donde llegó.
 
Lo ocurrido en Brasil es algo inédito en la historia de ese país. Pero, paradójicamente, era algo previsible. Hubo muchas señales de que la derecha neofascista o neonazi, no estaba dispuesta a permitir que se consumara en paz y ordenadamente la asunción de Lula como nuevo presidente del Brasil. Claros indicios de que apostaba a un golpe militar, para lo cual golpeaban la puerta de los cuarteles y acusaban públicamente de cobardes a los militares por no "rescatar al país" de las garras del comunismo y su arma mortal: "la ideología de género".
 
La receta es movilizar a un segmento de la "sociedad civil", ganar las calles, precipitar la intervención militar y tumbar al gobierno indeseable. El signo de esa revuelta bolsonarista guarda una notable similitud con lo acaecido en el Capitolio de Estados Unidos. La coincidencia no es casual, habida cuenta de la existencia de una muy activa y muy bien financiada internacional neofascista que tiene como su gurú ideológico y organizacional a Steve Bannon, exasesor de Donald Trump.
 
Evitar un golpe depende en gran medida de lo que haga el gobierno de Lula. Tendrá que reemplazar a la cúpula de los servicios de inteligencia del Estado, que fueron incapaces -o no quisieron- anticipar esta situación y advertir a las autoridades del peligro que se avecinaba. Y otro tanto tendrá que hacer con las fuerzas armadas. Por otra parte, Lula deberá movilizar y organizar a su base electoral y recuperar el control de calles y plazas. En caso contrario, la estabilidad de su gobierno podría llegar a verse muy comprometida.
 
Lejos de pedirle a sus seguidores que depongan las medidas golpistas, el expresidente Jair Bolsonaro se limitó a cuestionar a Lula y fue muy tibio con las patotas antidemocráticas. "Repudio las acusaciones, sin pruebas, que me atribuyó el actual jefe del ejecutivo de Brasil", dijo Bolsonaro, quien por primera vez reconoció, con esta declaración, a Lula como jefe del Estado. El ultraderechista huyó de su país el 29 de diciembre y se instaló en la casa de un empresario en Orlando, Estados Unidos.
 
Los vasos comunicantes entre trumpistas, bolsonaristas y macristas son múltiples. Salvo excepciones como la de Horacio Rodríguez Larreta, los referentes de la derecha macrista no condenaron el intento de golpe en Brasil sino que se ocuparon de meter el tema del juicio político a la Corte de por medio para bajarle el precio al repudio. Mauricio Macri realizó un tibio y lavado rechazo al intento de golpe en el que ni siquiera nombra a su amigo Bolsonaro.
 
Macri no sólo evitó nombrar a Jair sino que comparó el intento de golpe con el pedido de Juicio Político a la Corte Suprema en Argentina. Se ve que a Macri le sobraba algo de tiempo entre los capítulos de la serie de Netflix que debe estar viendo mientras disfruta de su retiro y empezó a mezclar las cosas dejando en claro que no entiende nada. Por su parte, Patricia Bullrich no sólo no fue capaz de ver la gravedad institucional para la región de lo que pasó en Brasil y no condenó el intento de golpe, sino que pretendió dar clases de moral atacando al gobierno argentino.
 
La Opinión Popular
 

 
OPINIÓN
 
Brasil: la ultraderecha escenifica el odio a la democracia
 
Por Daniel Kersffeld
 
Desde la Marcha sobre Roma, el movimiento fundamental y fundacional del fascismo que, a fines de octubre de 2022 cumplió su centésimo aniversario, la extrema derecha comprendió que el cuestionamiento a la democracia debía ser público, a la vista de todos, directamente en las calles y en abierto desafío al Parlamento, como símbolo de todos los valores republicanos en un sistema democrático y representativo.
 
A partir de entonces, cualquier movimiento de extrema derecha asumió su identidad en la confrontación dura y directa contra la izquierda, pero también en su rechazo a la democracia liberal y a sus entidades más representativas.
 
En este sentido, el incendio del Reichstag, llevado a cabo en la noche del 27 de febrero de 1933, fue seguramente el momento en el que con mayor claridad se evidenció la lógica del ataque al Parlamento como una ofensiva contra un régimen corrompido, que debía renacer de sus cenizas para dar origen a algo novedoso. De hecho, fue el acontecimiento dio origen al Tercer Reich como un sistema totalitario en el que Adolf Hitler, llegado al gobierno apenas un mes antes, asumió la suma del poder público para convertirse en dictador.
 
Con el correr de los años, la impronta antiparlamentaria no desapareció e incluso, su ataque se convirtió en todo un ritual para la extrema derecha.
 
En tiempos recientes, fue la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 el modelo que asumiría una derecha cada vez más disconforme y combativa contra los sectores tradicionales de la política y contra un sistema que, según ella, plantea su segregación y su sometimiento.
 
En aquella oportunidad, un importante conjunto de activistas y seguidores de quien todavía era presidente, Donald Trump, se mostró públicamente violentando al Parlamento en la confianza de que tal "profanación" era un acto necesario para evidenciar la corrupción de un sistema que de ningún modo permitiría la reelección de su máximo líder.
 
Con clara exposición mediática, los activistas del asalto no dudaron en acosar, y en violentar oficinas y mobiliario de quienes consideraban sus principales enemigos, mayormente pertenecientes al Partido Demócrata. De igual modo, asumieron que la mejor forma de resquebrajar el orden público era ocupar los asientos y bancas de las "élites" y de todos aquellos que de ningún modo representaban sus intereses y que sólo buscaban doblegarlos.
 
Hoy el movimiento de los bolsonaristas pretendió recurrir a esa misma imagen pública. Como en aquella oportunidad, la movilización fue una acción política que, al mismo tiempo, mantuvo la épica presente e ineludible de la procesión religiosa, en la confianza del pequeño grupo de iluminados, creyentes en su propia fe, que podrían solucionar sus propios problemas irrumpiendo en las instituciones centrales de la democracia.
 
Pero si en Estados Unidos, la extrema derecha respaldó a un presidente que había perdido su reelección y que acudía a las denuncias de fraude, en Brasil los movilizados dieron un paso más y directamente plantearon la abolición de la democracia y la necesidad de la intervención militar.
 
En su concepción, el problema ya no era ni Lula ni menos la izquierda, sino la democracia como sistema que posibilita el ascenso al gobierno de aquellos que se oponen a su voluntad y a su deseo.
 
Por ende, y si la toma del Capitolio se convirtió en el modelo a seguir, seguramente, el ataque al Parlamento brasileño sea identificado como el mejor ejemplo aplicado al escenario latinoamericano, donde la presencia militar tiene implicaciones históricas que obviamente no ha tenido en el contexto político estadounidense.
 
Para las autoridades del gobierno de Lula, resta por investigar, por tanto, el grado de conocimiento y de participación el expresidente Jair Bolsonaro (quien, no casualmente, optó por no estar presente en el traspaso de mando y, en cambio, refugiarse en el clima tórrido de La Florida donde, además de Orlando y Disneyworld, también existe la mayor base electoral del trumpismo).
 
Los vasos comunicantes entre los trumpistas y los bolsonaristas son múltiples, y no sólo tienen que ver con la mutua simpatía profesada entre ambos caudillos.
 
El puente fundamental probablemente sea Steve Bannon, el publicista estadounidense, estrella de la "derecha alternativa", que fue un puntal básico en la comunicación del republicano en su época de candidato presidencial y que, una vez peleado con éste, terminaría asesorando a la familia del presidente brasileño.
 
Pero claro que Bannon no fue el único nexo entre los dos mandatarios. El representante republicano Mark Green, que propuso iniciativas a favor de la transparencia electoral, mantuvo reuniones con pares brasileños para alertarlos sobre un eventual fraude en las elecciones presidenciales. También hubo vinculaciones entre el senador republicano Mike Lee y Eduardo Bolsonaro, el principal delegado del exgobernante, para la vinculación con organizaciones de ultraderecha de todo el mundo.
 
Y a los anteriores habría que sumar además consultores, hombres de negocios, empresarios, comunicadores, etc., tanto de origen estadounidense como brasileño, que pueden dar una idea clarificadora de las ligazones entre los dos ex presidentes.
 
Con todos estos antecedentes, no resulta extraño, por tanto, que bolsonaristas y trumpistas se vinculen también ahora a partir de sus comunes movilizaciones en contra del congreso y de la democracia.
 
Cuando triunfó Lula, decíamos que la misión prioritaria para el nuevo presidente era la de "desfascistizar" a una sociedad a la que Bolsonaro había embrutecido y llevado a un grado extremo de violencia. Ahora vemos que ese problema, además de prioritario, requiere soluciones urgentes y también severas. 
 
Fuente: Página 12
 

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