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Internacionales - 30-10-2018 / 08:10

Las urnas parieron a un Pinochet

Las urnas parieron a un Pinochet
BOLSONARO DEJÓ CLARO QUE NI EL MERCOSUR NI LA ARGENTINA SON UNA PRIORIDAD PARA SU POLÍTICA EXTERIOR. De nada sirvieron los gestos de afinidad que le prodigó el presidente Mauricio Macri a Jair Bolsonaro. El mandatario electo de Brasil no esperó ni un día para empezar a desairar a su par argentino. Primero, el futuro ministro de Hacienda Paulo Guedes tronó: “La Argentina no es una prioridad. El Mercosur tampoco es una prioridad”. Cuando todavía desde el Gobierno estaban recuperándose de ese golpe e intentando mitigar sus efectos, llegó una segunda noticia: Bolsonaro romperá con la tradición que siguieron otros mandatarios de Brasil de hacer su primera visita oficial a la Argentina. Según anunció el futuro jefe de Gabinete de Bolsonaro, el presidente comenzará su gestión con una gira por Chile, Estados Unidos e Israel.
Brasil y Latinoamérica se preguntan qué podrán esperar del gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, electo presidente en la noche del domingo. Solamente una cosa es cierta, sin sombra de duda: nada bueno saldrá de las manos de ese adefesio.

Sin embargo, hay que reconocer que a lo largo de la campaña que lo llevó a la victoria, ha sido de una coherencia loable, algo raro entre los de su calaña. En ni un solo momento dejó de exhibir su profundo e irremediable desprecio por la democracia, su racismo, su misoginia, su línea de pensamiento (si cabe la palabra) absolutamente raso y plagado de todo y cualquier tipo de perjuicios.
 
Un troglodita radical, incapaz de comprender la vida más allá de su defensa inquebrantable de la violencia. Un ser totalmente desequilibrado, que merecería soporte psicológico urgentísimo.
 
En la campaña, defendió la implantación de un programa económico fundamentalista, neoliberal a ultranza, contrariando su defensa anterior -primaria, es verdad, como todo que emana de él- de un estatismo burdo y sin lógica alguna. Luego dio vuelta atrás.
 
Dijo que abandonaría el compromiso ambiental y climático del Acuerdo de París, luego dijo que no será exactamente así. Dijo que abandonaría, si se diera el caso, a ese "antro de comunistas" más conocido como Organización de las Naciones Unidas, la misma ONU de la cual Brasil es uno de los fundadores. Luego no volvió a mencionar el tema.
 
Sus primeras apariciones tan pronto de confirmaron los resultados electorales fueron de un ridículo atroz, jamás visto antes en ocasiones similares: un presidente electo participando de una oración comandada por uno de esos autonombrados obispos de una de esas sectas evangélicas electrónicas que, a propósito, fueron esenciales en su victoria. No dudó en jurar que gobernará en nombre de Dios.
 
Nada de eso, sin embargo, tiene real importancia. Los que votaron en él sabían que elegirían una aberración, que jamás administró siquiera un carrito de vendedor de helados de mala calidad. No, no: lo que verdaderamente importa es lo que vendrá, principalmente del círculo que lo rodea, muy especialmente el quinteto de generales retirados que conformarán el verdadero núcleo de poder.
 
Lo que verdaderamente importa es el programa de gobierno elaborado por el quinteto formado por los generales Augusto Heleno, responsable por el sector de defensa, Oswaldo Ferreira, de infraestructura, Alessio Souto, de educación, ciencia y tecnología, y Ricardo Machado, de lo que se refiere a la aeronáutica. El quinto general se llama Hamilton Mourão, es ahora el vicepresidente electo, y es mil veces más articulado y preparado que Bolsonaro, que en el fondo no es más que un bufón histérico.
 
Las urnas de Brasil han parido a un Augusto Pinochet. A ver qué pasará, cuál la dimensión del desastre, cuál la duración del derrumbe, y principalmente, cuál será el precio que las futuras generaciones pagarán por semejante catástrofe.

 
OPINIÓN
 
La posverdad es el prefascismo
 
El título no es arbitrario: refiere a una pancarta vista en Berlín durante las multitudinarias movilizaciones contra la xenofobia, ante el crecimiento del racista AfD (Alternativa por Alemania).
 
La construcción de posverdad en Brasil, a través de la utilización de las fake news, fue vital para el triunfo de Jair Messias Bolsonaro. Folha de Sao Paulo, diario que jamás podría ser tildado de lulista o petista, difundió los millonarios contratos a diversas empresas que regaron los grupos de Whatsapp de todo el país de información falsa.
 
¿Qué difundían? Que Haddad legalizaría la pedofilia; que había distribuído un "kit gay" a niños en escuelas; que el agresor a Bolsonaro era asiduo de Lula; que una señora mayor había sido golpeada por comandos petistas; entre otras cosas.
 
Nada de eso pasó, pero acoplado a una demonización mediática-judicial que ya lleva más de una década sobre el Partido de los Trabajadores, favoreció el ascenso de Bolsonaro.
 
¿Por qué? Asustó a una parte del electorado: particularmente a la centroderecha que sufragaba por el histórico PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso, que con un estrepitoso 5% entregó a sus votantes a los brazos de Bolsonaro.
 
Tuvieron más miedo a un retorno del PT al Planalto que a un gobierno con presidente y vice del ejército y siete ministros militares.
 
La cadena Globo News lo reconocía tras conocerse los primeros datos: el voto fue anti-petista, no a favor de Bolsonaro.
 
Quien hoy se supone "Salvador de Brasil" supo concentrar más de una década de estigmatización al PT, aprovechando la ausencia -vía cárcel e inhabilitación- de Lula, quien lo superaba en todas las encuestas hasta que fuera confinado en una celda de 15 m2 en Cutiriba.
 
Bolsonaro posó de outsider con Récord TV, del evangelista Edir Macedo, de su lado. La propia demonización al PT hizo que factores del poder (o figuras con influencia pública) se pronunciaran bien tarde, cuando ya todo estaba definido: el llamado a votar a Haddad por parte del ex presidente de la Corte Suprema Joaquim Barbosa es el mejor ejemplo en ese sentido.
 
Lo hizo el sábado por la noche, cuando las cartas ya estaban jugadas. Menos tibio, igual, que el propio Cardoso o Ciro Gomes, más dolidos con el PT que con lo que se vendrá.
 
Terminada esta elección, profesionales de la comunicación política a nivel continental y mundial comenzarán a estudiar la campaña de Bolsonaro. Otros pedirán -con razón- una reglamentación sobre la comunicación informal de las campañas: ¿cómo regular democráticamente lo que circula en redes sociales? ¿Cómo evitar que lo sucedido en Brasil se traslade a otros países?
 
Finalmente, aquellos que alardean con la supuesta "muerte del PT" -raro deceso: 47 millones de votos, 45% a nivel nacional, 4 gobernaciones y la bancada parlamentaria más importante del país, disputando el quinto ballottage de forma consecutiva- no reconocerán que quien murió en América Latina (o al menos envejeció rápidamente, hasta agonizar) es la tan mentada "nueva derecha moderna y democrática", de la que Aécio Neves formaba parte.
 
Maduró pronto, y se pudrió bien temprano, podría decirnos la poesía del Indio Solari sobre este segmento de candidatos. Y, junto al Lava Jato direccionado contra el PT y el impeachment a Dilma, dejó a Bolsonaro con un moño (y una ametralladora) en la puerta del Planalto.
 
Para cerrar, retomamos el título de la columna. Los simpatizantes del nuevo presidente electo lo llaman "el mito", atribuyendo al diputado crónico supuestas condiciones sobrenaturales: a juzgar por las armas -hablamos de las discursivas, no de las otras, que también las tiene- que lo condujeron a la victoria, bien podríamos decir que es un apodo que encaja a la perfección, pero por otra acepción.
 
Mito también es una historia que altera las verdaderas cualidades de una persona o cosa. Miente, miente, que algo quedará, dijeron alguna vez en Berlín, lugar donde precisamente apareció la pancarta. Miente, miente: ahora gobernarás.
 
Por Juan Manuel Karg, Politólogo UBA / Magister en Estudios Sociales Latinoamericanos.
 
Por Eric Nepomuceno
 
Fuente: Página 12
 

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