Nacionales - 26-11-2014 / 07:11
CRISTINA DESESTIMÓ DE PLANO LOS RECLAMOS DE LOS TRABAJADORES Y REAVIVÓ EL MALESTAR DE LOS GREMIOS
Fin de la fiesta K: No habrá plus salarial ni cambios en Ganancias
Cristina se reencontró con su "guardia de corps", los fanáticos militantes rentados de La Cámpora, quienes la aplaudieron fervorosamente. Pero no podrá evitar la inquietud sindical, sin dudas el aspecto con mayor potencial conflictivo hoy en el país. Su pedido de "comprensión" hacia "mis compañeros los trabajadores" no pareció destinado de tener éxito. La comparación de los asalariados argentinos con los de los franceses y alemanes -países donde la inflación no existe- difícilmente sea persuasivo como para que los sindicatos revisen sus posturas. Es por eso que Cristina, en las próximas semanas, deberá ver un recrudecer de la conflictividad sindical, con el alivio al Impuesto a las Ganancias como principal tema de la agenda reivindicativa.
Ayer, en su reaparición en la fiesta del "club de la obra pública", en la Cámara Argentina de la Construcción, una actividad cuyo ingreso depende del presupuesto estatal, la presidenta Cristina Fernández dio señales concretas no sólo de que no se otorgará ningún plus a estatales y jubilados, sino también de que no está previsto subir el mínimo no imponible del abusivo Impuesto a las Ganancias.
Irónica, ácida, crítica, y sin dejar de sonreír, Cristina sepultó los reclamos de los trabajadores con una pregunta retórica, sin esperar respuesta, con la finalidad de reforzar su propio punto de vista: "¿Cómo hacemos para financiar la obra pública si no cobramos impuestos?". Fue la excusa de CFK para rechazar los pedidos gremiales, incluido el de dirigentes sindicales que están fuertemente alineados con los K, que ya no pueden calmar a sus bases.
En rigor, financiar la obra pública significa no actualizar el mínimo no imponible. Pero, la obra pública es Lázaro Báez, Electroingeniería, Esuco y otras empresas K, todas bajo sospecha de sobreprecios, "retornos" e irregularidades varias. A esos empresarios millonarios tienen que financiar los trabajadores. Sin duda, vergonzosos los dichos de Cristina.
Eso no fue todo. Moviendo la cabeza y agitando el pelo, Cristina deslizó una solapada amenaza: "En Francia y Alemania discuten hoy si congelan los salarios por tres años y la flexibilización laboral". Sin ruborizarse, agregó que "los trabajadores argentinos siguen siendo los mejores remunerados de América latina, no sólo en términos nominales sino también en cuanto al poder adquisitivo". No se lo creyó ni Ella.
Solo basta con cruzar la frontera y ver cómo el peso argentino ha perdido todo poder de compra. Hasta los billetes bolivianos y los guaraníes paraguayos tiene más valor, al punto que desde ambos países se organizan tour de compras para aprovechar las ventajas que le otorgan el devaluado peso argentino.
La imposibilidad de otorgar un plus salarial y de reducir el Impuesto a las Ganancias significa que estamos en el fin de la fiesta K y ahora, todos tenemos que afrontar los costos. Lo más grave es que el puñado de socios y amigos del poder que se beneficiaron con la fiesta lo hicieron a costa del saqueo del Estado y de una corrupción sin límites.
Las cajas del Estado ya no dan abasto, y por eso el gobierno está aplicando un severo ajuste neoliberal. Pero, la utilización de las reservas del Banco Central, de los recursos de la Anses y del PAMI, terminaron siendo meros parches, gotas en el océano del despilfarro.
Y si a esto se le suma la alocada emisión monetaria para sostener el gasto público improductivo y clientelar, todo indica que la ola inflacionaria no dará tregua. Se está generando un círculo vicioso donde el incremento del costo de vida le está ganando con holgura a los aumentos otorgados en paritarias.
Por otra parte, si el gobierno de CFK hubiese otorgado un plus a jubilados, estatales y docentes, significaría blanquear que la inflación es mucho mayor a los dibujos del INDEC, destruyendo las mentiras del relato K. En definitiva, ante la necesidad que tiene el Gobierno de sostener la falacia, los trabajadores y los jubilados, una vez más, terminan siendo los más perjudicados.
La Opinión Popular
EN FOCO
La misma Cristina, más complicada
Fue el del atardecer de ayer un regreso a la vida pública de Cristina Fernández con caras contrapuestas. Participó en el 62 aniversario de la Cámara de la Construcción.
La Presidenta lució bien en la faz personal -sólo con su voz algo cascada- después de la seria infección de divertículos de hace tres semanas, que la obligó a una internación y una prolongada convalecencia.
En cambio, el escenario montado para su reaparición, con un repaso de viejas cosas y sin anuncios de índole social, no alcanzó para enmascarar el otro costado de la realidad: la mandataria volvió en un escenario políticamente más complejo que el que había dejado cuando la salud la forzó a un paréntesis.
Aquella complicación sería, por otro lado, precisa. Ni la economía ni los padecimientos cotidianos de la sociedad variaron demasiado en ese tiempo. La inflación continúa galopando; la inseguridad y la violencia de los narcos tampoco cedieron.
Pero la mancha de la corrupción, un estigma que signa la década kirchnerista como le sucedió antes al menemismo, ha comenzado a humedecer su propio poder.
Es cierto que sobre las rutas clandestinas del dinero K de Lázaro Báez se viene hablando hace rato. Se investiga el posible lavado de dinero en la Argentina, en Estados Unidos (Nevada), en Suiza y en Uruguay.
Pero luego de la determinación del juez Claudio Bonadio de allanar la empresa Hotesur, administradora de un complejo hotelero propiedad de la Presidenta en El Calafate, las sospechas firmes empezaron a enredar a la familia Kirchner. Los nombres que más suenan, hasta ahora, son los de Cristina y de Máximo, su hijo.
Las debilidades políticas presidenciales, en ese plano, serían varias. El kirchnerismo castigó a Bonadio por haber sobreactuado el allanamiento en la presunta sede de aquella empresa a raíz de irregularidades administrativas. A saber: domicilio falso y ausencia de balances durante los últimos tres años.
Detrás de esas excusas, el Gobierno evitaría enfrentarse a los interrogantes que se estarían haciendo casi todos: ¿Fue ese el motor real que activó el procedimiento del juez? ¿O estaría buscando conexiones con un posible lavado de dinero? ¿No pretendería reanimar, por otro lateral, la causa que el magistrado, Sebastián Casanello, mantiene anestesiada en relación a Báez?
La nube de humo que intenta levantar el kirchnerismo para explicar el escándalo, de verificarse cierta, tampoco exculparía de responsabilidad política a la Presidenta. Y exhibiría la laxitud ética y moral con que se acostumbra a ejercer el poder en la Argentina.
Habría que preguntarse, además, por qué motivos la sociedad tolera con tanta mansedumbre esa conducta. No sería la primera vez que ocurre en las tres décadas de retorno democrático.
La flojedad de papeles de Hotesur tampoco debiera ser evaluado como un hecho menor. Aunque constituya moneda corriente del estándar judicial y de los órganos estatales que deben fiscalizarlos. Las anomalías presidenciales no pueden ser equiparables a las de ningún ciudadano de a pie. Por más importante que resulte.
Aníbal Fernández se escandalizó porque, según sus conocimientos, en ningún lugar del mundo se allanaría una propiedad presidencial. No habría que ir muy lejos para hallar ejemplos contundentes que pondrían bajo juicio las afirmaciones del senador K.
En Chile, antes de asumir, el ex presidente Sebastián Piñera fue obligado a vender su paquete accionario (26%) en la aerolínea LAN. Tampoco se conoce que en sus años de poder que están por concluir, José Mujica haya tenido algún problema público con sus pertenencias. La única cuestión ventilada fue una oferta que recibió por su automóvil de la década del 60 -el popular escarabajo- de parte de un jeque árabe, que terminó desestimando.
Cristina apenas orilló el conflicto sobre corrupción que la tiene preocupada. Habló de las sociedades, en apariencias ligadas a Báez, que descubrió un juez de Nevada. La vinculó con la presión de los fondos buitre.
Aseguró, moviendo la cabeza y agitando el pelo, que no se dejará extorsionar por ellos ni por ningún "carancho judicial". La primera advertencia sirvió para sembrar dudas acerca de si la Presidenta estaría decidida a partir de enero (cuando vence la cláusula RUFO) a transar con los buitre. La segunda pareció enfilada hacia el juez Bonadio.
Jorge Capitanich, en su monserga matinal, se había explayado sobre el tema. Al hablar de Bonadío involucró a todo el Poder Judicial cuya independencia -subrayó-- "no existe". El jefe de Gabinete consideró que la Justicia es únicamente autónoma del Gobierno. Pero nunca de las corporaciones y de los medios de comunicación no oficiales. Ese desarrollo y la alusión presidencial a los "caranchos" serían la misma cosa.
Semejante definición, sin embargo, pareció no encajar con otro tramo coloquial de la exposición de Cristina. Mirando a los empresarios que se encargaron de aplaudirla -aunque no todos- cada vez que memoró antiguos logros de gestión, ensayó una auscultación certera de uno de los tantos tics de las conductas colectivas argentinas. Y jugó con la supuesta sobreoferta de psicólogos.
"Hagámonos cargo de las cosas que hacemos. Las buenas y las malas. No le echemos la culpa siempre a los demás", arengó. Con exactitud, lo que ella misma nunca acostumbra a practicar. Quedó en la superficie estos días con la denuncias sobre corrupción que empezarían a merodearla. "Golpismo activo de la Justicia", insistió Capitanich.
Nunca hay Cristina ni kirchnerismo, por supuesto, sin contradicciones. La misma mandataria que hace más de un año exhortó a combatir el dólar y apostar sólo al peso, se despachó ante los empresarios con una consideración llamativa. Informó que desde enero cerca de 1.700.000 asalariados adquirieron el dólar ahorro por un total de U$S 2.400 millones.
De esa estadística se valió para destacar el hipotético vigoroso poder adquisitivo de los salarios. Ese recurso le habría resultado útil para eludir la interpelación de fondo: ¿Por qué razón los asalariados se refugian en el dólar en lugar de volcar ese dinero al consumo o atesorarlo en los bancos? La respuesta es la inflación, pero sobre eso nunca está dispuesta a hablar.
La Presidenta regresó igual que cómo se fue, repentinamente, un fin de semana de octubre. La enfermedad no parece haber cambiado una pizca de su política ni de su visión sobre la realidad. La situación estaría bien. La corrupción serían apenas habladurías y extorsiones. Siempre la propensión al autoengaño.
Eduardo van der Kooy
Fuentes: Clarín, Diario Hoy y LOP