Nacionales - 20-05-2012 / 11:05
BOUDOU ENARBOLA SU IRRITANTE Y ETERNA SONRISA PORQUE "SABE DEMASIADO"
¿De qué se ríe Amado Boudou?
Suele decirse en despachos del poder que Amado Boudou, o Aimée --como se refieren a él en un tono donde no escasea la ironía cuando lo nombran-- guarda en su eterna sonrisa la llave del enigma que lo rodea. También se dice en esos diálogos que Cristina Fernández no le va a soltar la mano, aun cuando la mandataria --aseguran los que además tienen acceso a información clasificada que proviene de Olivos-- acumula por las suyas crecientes dudas.
¿De qué se ríe el liberal travestido al kirchnerismo? ¿De los periodistas que se desvelan por encontrar una foto suya con Alejandro Vandenbroele, que él ya ha dicho que no existe? ¿O está esa foto, pero la malla de contención oficial que existe le redobla a diario ese exultante estado de ánimo?
Hay en la Casa Rosada dos ideas por las cuales se cree que Cristina no permitirá que Boudou se desbarranque. La primera sostiene que dejar caer al vicepresidente en medio de las crecientes pruebas que acumula la Justicia significaría un enorme costo político de consecuencias imprevisibles.
La segunda sostiene que Boudou enarbola su irritante y eterna sonrisa porque "sabe demasiado". Y que ese material podría caer en manos de los diarios a los que hoy difama si es echado de las alfombras rojas del poder.
La pregunta sería: ¿qué sabe el vicepresidente que pueda ser tan sensible como para que prácticamente todo el gobierno lo sostengan?
Voceros del gobierno aseguran que conocen con precisión detalles y lugares de conversaciones en las que allegados al vicepresidente alardearon delante de sus interlocutores, y a Boudou no le soltarán la mano porque "sabe demasiado".
Se decía, en las postrimerías del mandato del fallecido ex presidente Néstor Kirchner, y cuando el ministro ya había amenazado en un par de oportunidades con pegar el portazo y volver a sus negocios en Río Gallegos, que Kirchner nunca dejaría ir a De Vido porque "sabe demasiado".
CRONICAS DE LA REPUBLICA
El caso Boudou
Suele decirse en despachos del poder que Amado Boudou, o Aimée --como se refieren a él en un tono donde no escasea la ironía cuando lo nombran-- guarda en su eterna sonrisa la llave del enigma que lo rodea. También se dice en esos diálogos que Cristina Fernández no le va a soltar la mano, aun cuando la mandataria --aseguran los que además tienen acceso a información clasificada que proviene de Olivos-- acumula por las suyas crecientes dudas.
¿De qué se ríe Boudou? ¿De los periodistas que se desvelan por encontrar una foto suya con Alejandro Vandenbroele, que él ya ha dicho que no existe? ¿O existe esa foto, como también escondidas probanzas de que efectivamente ambos se conocen, pero la malla de contención oficial, y hasta un probable pacto de silencio mutuo, le redobla a diario ese exultante estado de ánimo?
Hay en la Casa Rosada dos líneas de argumentaciones por las cuales se cree que la presidenta no permitirá que Boudou se desbarranque.
La primera sostiene que dejar caer al vicepresidente en medio de las crecientes pruebas que acumula la Justicia en la causa de la ex Ciccone Calcográfica significaría para Cristina no solo un enorme costo político de consecuencias imprevisibles, sino reconocer el error de haberlo encumbrado a las posiciones que hoy ocupa mediante una decisión personalísima, de la que ni siquiera su hijo Máximo, que sigue guardando un cerrado rencor hacia el hombre que le faltó el respeto a su madre en conversaciones telefónicas que pinchó la SIDE, estaba enterado. "Cristina no dará ese paso", dijo el viernes una fuente segura del gabinete de ministros.
La segunda de esas argumentaciones es más temeraria. Sostiene que Boudou enarbola su irritante y eterna sonrisa porque "sabe demasiado". Y que ese material podría caer en manos de los diarios a los que hoy denuesta si es echado de las alfombras rojas del poder.
La pregunta, en este caso, sería: ¿qué sabe el vicepresidente que pueda ser tan sensible como para que la presidenta, su entorno familiar, su círculo más cerrado de toma de decisiones y prácticamente todo el gobierno lo sostengan?
"No sabe nada, porque acá no hay nada que saber, todo es transparente, pero Aimée deja correr esa impresión y hasta sabemos que la ha alimentado", dijo en estricta reserva un hombre de llegada directa a la mandataria y que la acompañó en el exótico viaje a Angola.
Ese y otros voceros del gobierno aseguran que conocen con precisión detalles y lugares de conversaciones en las que allegados al vicepresidente alardearon delante de sus interlocutores, quienes, como corresponde, en el acto se dieron vuelta y fueron con el cuento a la Casa Rosada, sobre aquella sospecha: que a Boudou no le soltarán la mano porque "sabe demasiado".
Es curioso, pero hay un punto que conecta en el tiempo esas supuestas bravuconadas del vicepresidente que permitirían abrirle aunque sea un crédito mínimo. Lo mismo se decía de la relación de amor-odio que envolvía a Néstor Kirchner y a Julio de Vido, dos hombres que se trataban con el cariño propio de una amistad que construyeron durante 25 años, pero que en el acto siguiente podían despedazarse con los insultos más duros, o descalificaciones mutuas, siempre hablando de la gestión, jamás de cuestiones personales.
Se decía por entonces, en las postrimerías del mandato del fallecido ex presidente, y cuando el ministro ya había amenazado en un par de oportunidades con pegar el portazo y volver a sus negocios en Río Gallegos, que Kirchner nunca dejaría ir a De Vido porque "sabe demasiado".
El ministro sigue en su cargo, por reclamo ahora de la propia Cristina, que aplacó la semana anterior un nuevo amago de renuncia, esta vez porque se enteró que La Cámpora vino por la cabeza de su segundo, Roberto Baratta, el hombre del Estado en el directorio de Repsol-YPF durante la gestión de la petrolera española.
Axel Kicillof quiere respirarle en la nuca a De Vido, lo mismo que ya hace con Hernán Lorenzino en el Ministerio de Economía. "Si se va Baratta, detrás me voy yo", le dijo De Vido a Cristina. La presidenta le pidió que se calmara, y lo mandó de regreso a la gestión.
Con todo, hay quienes sostienen en el gobierno que Boudou no tiene el cielo comprado. Argumentan que si la investigación judicial de la causa por tráfico de influencias o la que se le sigue por presunto enriquecimiento ilícito avanzan o empiezan a despegarse de las penumbras y a alumbrar algunas pruebas contundentes, a la presidenta no le quedará otro camino que abandonar el cerrado silencio con el que ha acompañado toda esta saga desde sus comienzos, lo que se pareció bastante a lo que es: un aval para el vicepresidente.
Si la Justicia lo procesa o se abre en el Senado una instancia de juicio político, el costo para Cristina Fernández será muy pesado de sostener, agregan esos análisis.
Tal vez una frase de aquellos voceros encierre lo que en el fondo es el pensamiento que hoy predomina sobre el vice, pero más todavía sobre qué hacer con él: "A medida que avanza la causa, parece que el único que cree que Boudou no conoce a Vandenbroele es Boudou".
La impresión que queda en esos despachos es que la presidenta no le soltará la mano, a menos que no le quede más remedio. ¿Tal vez algún aviso, alguna señal, de esas que los resortes que maneja la Casa Rosada entre jueces y fiscales, le permitan anticiparse y evitar quedar salpicada? Es una posibilidad.
Lo que queda en limpio de todos esos relatos es que Cristina ha empezado a tomar algunas precauciones: el vicepresidente dejó de ser su principal consejero económico en las mañanas de Olivos, una tarea que hoy ejerce con exclusividad el camporista Kicillof. Su rol, a partir de ahora, aunque ya se ha visto en las últimas dos semanas, será meramente institucional.
De hecho, no hay empacho en extender un certificado anticipado de defunción a los planes sucesorios que en la intimidad sigue alimentando el liberal travestido al kirchnerismo para 2015.
En medio de esos enjuagues, el gobierno ha tenido por primera vez esta semana razones para preocuparse por la aparición de imprevistas inconsistencias internas en el marco del manejo de la economía.
La presidenta tuvo que salir el martes, en San Fernando, a desmentir que se planeen movimientos con el dólar, en medio de crecientes tensiones cambiarias y rumores de todo tipo que alimentaron la imaginación de los ahorristas para hacerse de divisas, o para retirarlas de los bancos en niveles que la supuesta bonanza del modelo de los últimos tiempos parecía haber dejado atrás. "No va a pasar nada raro", intentó calmar la mandataria.
Automáticamente, se extendió un sesgo de duda que alcanzó hasta a habitantes de despachos oficiales. No fue una buena frase de cara a una ciudadanía escaldada por experiencias anteriores. "Se pareció al Duhalde que prometió que el que depositó dólares recibirá dólares", reflexionó un peronista de la segunda línea de gestión.
Lo que no se dijo es que de ese modo la titular del Ejecutivo frenó un plan para instaurar tipos de cambios múltiples que reconoce la autoría del CENDA, el centro de estudios que dirige Kicillof.
Segunda inconsistencia: De Vido envió un informe a la SEC (Comisión de Valores de los Estados Unidos) en el que, con datos concretos, responsabiliza en buena medida al gobierno por la crisis que desembocó en la expropiación de YPF.
Critica, en ese informe que el gobierno está obligado a enviar al organismo por tratarse de una empresa que cotiza en Wall Street, el error de rescisión de concesiones que afectaron duramente las operaciones de la empresa, y reconoce haber interrumpido el suministro industrial de gas para privilegiar el consumo domiciliario a tarifas no rentables.
Es decir, de Vido habla de su propio gobierno y de su propia gestión. Lo hace --dicen en los pasillos-- en medio de una pelea sin retorno con Kicillof en el manejo de la intervención de la petrolera, con base de fondo en cuestiones que tienen que ver puramente con sus respectivas miradas políticas.
Por último, se van perfilando algunas definiciones en torno al otro gran tema del gobierno, que es la reforma de la Constitución.
Hay dos definiciones: las de La Cámpora y el cristinismo de paladar negro, que sostiene que la presidenta "tiene que ir por la historia?" y no sólo quedarse en la pelea chica de la reelección. Para ellos, el plan de una "Cristina eterna" debería no ser impulsado, sino provenir del clamor popular.
Buena parte del resto del gobierno, donde abundan los peronistas históricos, devenidos kirchneristas a partir de 2003, impulsan ir ahora mismo por la reforma, montados en los índices de popularidad que ella habría recuperado tras la saga de Malvinas y la estatización de YPF. Dicen que de esa forma, al mismo tiempo, le marcan la cancha a Daniel Scioli, a quien jamás reconocerán como sucesor porque --como dijo Luis D'Elía-- representa "a la derecha conservadora".
La presidenta habría tomado distancia de ambas posiciones. Mientras anota pronunciamientos en contra, como los de Hebe de Bonafini, Eugenio Zaffaroni y Ricardo Lorenzetti, habría deslizado que solo tomará una decisión una vez que tenga en la mano los resultados de las elecciones del año que viene.
De cuán cerca o lejos la dejen esos comicios de los dos tercios que se necesitan para consagrar la necesidad de la reforma, saldrá su palabra definitiva. De ser así como lo relatan los confidentes, no estaría inventando la pólvora: hoy, esa mayoría es una completa utopía.
Por Eugenio Paillet
Fuente: La Nueva Provincia