solo le falta un título con la selección argentina absoluta. Higuaín es frío para definir y se ha convertido en su mejor socio en el ataque de la Albiceleste. Ganar esta noche establecería un punto de partida diferente para encarar el desafío del Mundial 2018. Ojalá que así sea.
 
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Sociedad e Interés General - 26-06-2016 / 10:06
¡VAMOS ARGENTINA, TENEMOS QUE GANAR!

Todo a la iglesia a rezarle a Messi

Todo a la iglesia a rezarle a Messi
¡Todo a la iglesia a rezarle a Messi, que la tercera sea la vencida!
 
La final que reeditarán Argentina y Chile por segunda vez consecutiva en la Copa América tendrá duelos de lujo en el campo de juego del estadio MetLife, pero el de los goleadores, sin duda, acaparará todos los reflectores. Esta revancha de la final de 2015 será una lucha entre equipos altamente ofensivos: Argentina anotó 18 goles y Chile 16 en sus cinco partidos anteriores.
 
La batalla de las parejas goleadoras que forman Messi e Higuaín y Vargas con Alexis está planteada en el Argentina-Chile, en el que también se decidirá quién acaba como máximo anotador del torneo al estar presentes los mejores de la competición hasta la fecha.
 
Ambas dúos suman nueve anotaciones cada uno. Por la Albiceleste, Lionel Messi lleva cinco y Gonzalo Higuaín, cuatro. Por la Roja, Eduardo Vargas suma seis y Alexis Sánchez, tres. Por los botines de estos cuatro jugadores pasará la mayor parte de la responsabilidad de que sus equipos salgan campeones.
 
Messi es el símbolo de una generación que anhela la consagración del mejor jugador del mundo con su selección. A 'la Pulga' solo le falta un título con la selección argentina absoluta. Higuaín es frío para definir y se ha convertido en su mejor socio en el ataque de la Albiceleste. Ganar esta noche establecería un punto de partida diferente para encarar el desafío del Mundial 2018. Ojalá que así sea.
 
La Opinión Popular

 
Messi y el juego, la anestesia contra los estigmas
 
Y un año después estamos en el mismo punto. Otra vez la Argentina-Chile para decidir el campeón de la Copa América, otra vez las obligaciones, otra vez los estigmas, otra vez Messi y la selección a las puertas de un título. ¿Pero la situación es igual a la de 2015? ¿Veamos?
 
Si menciono a Lionel Messi en el arranque no es por casualidad. Cualquier análisis de la final debe comenzar a partir de su figura y de su momento. Porque siempre hay momentos a lo largo de la trayectoria de un jugador, incluso en una carrera tan larga y tan pareja en cuanto a rendimiento como la del capitán argentino.
 
Esos momentos de gran inspiración y de cierto declive natural existen, y la impresión es que Messi hoy se encuentra del lado bueno. Transmite un aplomo futbolístico y humano pocas veces visto hasta ahora, su influencia abarca más aspectos que nunca, y además su conexión con el equipo es mayor que en etapas anteriores. Se lo ve más arropado por el funcionamiento general, y encontró en Banega, en su facilidad para asociarse y su participación en la estrategia de juego, el socio que necesitaba para trasladar la pelota hasta los 30 metros finales de la cancha. Y ya sabemos que si Messi la recibe en esa zona, su capacidad para explotar las debilidades defensivas rivales resulta infinita.
 
Argentina se ha enfrentado a rivales de calibre inferior en el transcurso de esta Copa. Pero el nivel de Messi, inmune al inútil debate sobre el sitio de la cancha por el que le vendría mejor moverse, explica por sí solo el progreso que ha hecho el equipo durante el torneo.
 
La mayoría de los partidos los ha ganado primero el 10, un espíritu libre que debe ir adonde lo lleve la jugada, adonde sienta que puede recibir y arrancar para convertir en acción concreta ese pánico prematuro que crea en los adversarios. Después y detrás de Messi sí que fue apareciendo un conjunto cada vez más firme para asegurar y confirmar los triunfos. Un equipo que ha ido mejorando su caudal futbolístico y que empezó por fin a soltarse en los dos últimos encuentros.
 
Los grandes equipos se arman naturalmente en torno a los grandes jugadores y nadie, ni el director técnico ni los compañeros, pueden darle la espalda a esa evidencia. A los genios -cuyo único deber es participar de las obligaciones comunitarias del equipo cuando no aparece la inspiración- hay que abastecerlos con la máxima frecuencia posible. De esa manera tendrán más opciones de sacar a relucir su genialidad, y a partir de ella el fútbol sucederá de un modo espontáneo.
 
Por eso una Argentina jugando al contraataque atenta contra las necesidades de Messi y en consecuencia del éxito colectivo. Y también por eso, y más allá de la búsqueda de Martino a veces condicionada por ausencias y lesiones, son los mismos jugadores quienes han ido encontrando una forma de juego acorde a la muy razonable afirmación de César Luis Menotti: "Argentina tiene un jugador que no tiene nadie más".
 
Chile no solo no cuenta con Messi sino que, tal como sucede con cualquier adversario, estará condicionado por su presencia. En la final del año pasado, Jorge Sampaoli ideó un cerco a su alrededor para recortarle la imaginación, y lo hizo de tal manera que supo no descuidar los lugares estratégicos de la defensa, ayudado también porque la Argentina jugó ese partido exageradamente a la contra. Suele pasar en encuentros decisivos que la tensión limita los riesgos que asumen los jugadores, los torna más prudentes. Ocurrió hace doce meses, no implica que tenga que repetirse.
 
No es un hecho circunstancial que el rival vuelva a ser este Chile que empezó a parecerse a sí mismo después del triunfo agónico sobre Bolivia. Hablamos de una selección que ha ido buscando y profundizando su estilo de juego al mismo tiempo que varios de sus futbolistas -Vidal, Alexis, Aranguiz, Marcelo Díaz- experimentaban un notable crecimiento. Pero además, ha conseguido interiorizar la audacia para imponer las condiciones del partido en cualquier cancha y ante cualquier adversario, hecho inaudito en las selecciones chilenas previas a la etapa de Marcelo Bielsa.
 
Si le faltaba algo a este grupo de jugadores trasandinos para afianzar su autoestima y sus convicciones fue ganar el título hace un año. Y no solo por el éxito en sí mismo sino por algo tan complejo como haber sabido procesar la obligación de levantar la Copa América como única meta admisible.
 
En la final de esta noche esa obligación es una carga en la mochila argentina, y el modo de llevarla sin que pese en exceso es centrarse en lo único que vale: jugar bien adentro de la cancha. Ahí, el entrenador debe asumir un rol de líder, para descomprimir la tensión y lograr que los protagonistas aumenten su compromiso con el juego.
 
Hoy en día, todo equipo convive con la exageración y la sobrevaloración. Cada partido parece el fin del mundo, una frontera entre la vida y la muerte; entonces como nunca se debe predisponer al futbolista para que descargue dentro del rectángulo de juego todo lo que le llega desde afuera, porque quien sepa manejar mejor la situación empieza con un plus de ventaja.
 
Las recetas para ganar vendrían después. Podríamos hacer hincapié en la necesidad argentina de buscar obsesivamente a Messi para provocar más opciones de desequilibrio en ataque. O de reducir los espacios, ya sea hacia adelante o atrás, para complicarle el trabajo al medio campo de Chile, verdadero centro de operaciones donde Díaz es el lazo de unión del conjunto, el eje que determina las velocidades a las que debe moverse el equipo. Pero es inútil, porque en realidad esas recetas no existen. El año pasado, Chile fue superior en la trama del partido y Argentina estuvo a centímetros de quedarse con el triunfo en la última jugada.
 
Claro que ganar o perder no es lo mismo ni provoca efectos semejantes. No era así para Chile en la anterior Copa América, no lo es hoy para la Argentina. El maltrato al perdedor es actualmente tan grande que llega a confundir al protagonista, quien termina pidiendo perdón y pensando que es responsable de algún tipo de traición. La expectativa pública no permite los tropiezos y los jugadores quedan expuestos a esta malformación de una sociedad que solo admite héroes o culpables y estigmatiza al derrotado.
 
Por todo esto, para los futbolistas hoy es un día para pensar en hacer el gol más lindo o la atajada más espectacular, para llenarse de pensamientos positivos y ni siquiera rozar la pregunta de lo que podría ocurrir en caso de perder. Recuperar la ilusión amateur de jugar bien también es una manera de abstraerse y concentrarse en lo que puede acercarnos al éxito.
 
Es cierto que ganar esta noche no garantiza nada en función de futuro para la selección argentina, pero sería un alivio, una anestesia para el entorno y los propios protagonistas porque establecería un punto de partida diferente para encarar el desafío del Mundial 2018. Ojalá que así sea.
 
Por Diego Latorre
 
Fuente: La Nación, La Opinión y LOP
 

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