Nacionales - 26-05-2015 / 09:05
SOLO FESTEJÓ LOS AÑOS K EN UN DESCARADO ABUSO DEL APARATO DEL ESTADO
Cristina utilizó la fecha patria para hacer campaña partidaria y atacar a los medios, a la Justicia y a los gremios que reclaman
La presidenta Cristina Fernández utilizó la fecha patria para intentar sacar rédito partidario en un año electoral, llenando la Plaza de Mayo con militantes ultra K pagos. Allí, pidió el voto para las políticas K, no para los candidatos del PJ. Como todo caudillo que debe dejar el poder, no destinó sus palabras a conquistar a alguien, sino a retener a los que ya tiene. Intenta así consolidar una base social propia para seguir interviniendo en el proceso político una vez que haya ido. Su objetivo principal no es consagrar al sucesor. Es condicionarlo.
La presidenta Cristina Fernández utilizó la fecha patria para intentar sacar rédito partidario en un año electoral, llenando la Plaza de Mayo con militantes ultra K pagos. Realizó así otra puesta en escena y en lugar de referirse a la gesta histórica de Mayo de 1810, usó una hora de cadena nacional para mencionar las mentiras del relato K y hacer proselitismo.
Estuvo rodeada de polémicos funcionarios con gruesos prontuarios como: el multiprocesado Boudou, el primer vicepresidente inculpado por corrupción; el canciller Timerman, repudiado por su propia colectividad a partir del oscuro pacto con Irán; y Hebe de Bonafini, principal sospechosa del robo de de $1200 millones que, en lugar de construir viviendas sociales, terminaron engrosando el patrimonio del parricida Schoklender y de otros personajes oscuros del mundo K.
Otra vez la Plaza lució repleta de funcionarios aplaudidores, militantes rentados y beneficiarios de planes sociales movilizados en micros desde ciudades y provincias donde reina la marginalidad, a partir de aberrantes mecanismos de clientelismo político. Y lo peor de todo es que aunque Cristina y los integrantes de su gobierno saben que gran parte la audiencia fue forzada a asistir, se auto engañaron y se envalentonaron.
En la puesta en escena, Cristina tuvo el suficiente tiempo para enumerar el conocido relato oficial K. Con una oratoria melodramática, lo hizo en la cadena nacional número 20 de este 2015. Pero omitió indicar que, en esta supuesta "década ganada", nos deja 12 millones de pobres, una inflación insólita, conflictos con todos los países occidentales incluidos Brasil, Uruguay y Chile, un puñadito de dólares en las reservas, toda la infraestructura de energía devastada, los narcos, la inseguridad, todos los gremios en pie de guerra y una sociedad partida innecesariamente, entre otros logros.
En el extenso discurso de anoche, Cristina reconoció que es soberbia y le falta humildad (podría aplicarse un baño con ese valor) y admitió que millones de argentinos desconocen partes esenciales de la historia. No fue necesario que mencionara que esto ocurre como consecuencia de las funestas políticas educativas.
También la Presidenta aseguró que "no" tiene "nada" de que avergonzarse y tampoco cuenta con "ninguna cuenta en el exterior que me puedan descubrir". Llamó la atención el vocabulario elegido. Nunca afirmó Cristina que no tiene cuentas en el exterior, sino que no pudieron descubrirlo.
Cristina pidió el voto para las políticas K, no para los candidatos del PJ. Como todo caudillo que debe dejar el poder, no destinó sus palabras a conquistar a alguien, sino a retener a los que ya tiene. Intenta así consolidar una base social propia para seguir interviniendo en el proceso político una vez que haya ido. Su objetivo principal no es consagrar al sucesor. Es condicionarlo.
Lo que debería haber sido un encuentro pluralista de todos los argentinos fue un acto político sectario del cristinismo, que costó varios millones de pesos y que fue bancado por todos los ciudadanos que pagamos los impuestos. La partidización de la fecha patria quedó demostrada con la ausencia de banderas argentinas en la convocatoria. Sólo se vieron pancartas de La Cámpora y de otras agrupaciones financiadas por el gobierno de CFK con los dineros del Estado.
La Opinión Popular
EL ANÁLISIS
El núcleo de la despedida: todo es Kirchner
No debería sorprender que quien confía en eternizarse a través de un Centro Cultural Kirchner, que contiene una sala Néstor Kirchner, en la que se ofrece una exposición sobre Néstor Kirchner, olvide que el 25 de Mayo los argentinos recuerdan algo más que la asunción de Néstor Kirchner. O que se sirva del marco de una fiesta nacional para pedir el voto para la propia facción. Es lo que le ocurrió ayer a la Presidenta.
Esa clausura endogámica es algo más que egocentrismo. Expresa una estrategia de poder. Cristina Kirchner intenta consolidar una base social propia para seguir interviniendo en el proceso político una vez que haya dejado la Casa Rosada.
Su objetivo principal no es consagrar al sucesor. Es condicionarlo.
Pocas veces la Presidenta innovó tan poco como en su presentación de anoche. Como nunca, se repitió a sí misma. Dijo cómo quiere que sean recordadas las administraciones de ella y de su esposo: reivindicación de los derechos humanos, reestructuración de la deuda, rechazo al ALCA, construcción de escuelas, reparto de libros y computadoras. El molde de ese mensaje es conocido: "Menem lo hizo". Como todo caudillo que debe dejar el poder, no destinó sus palabras a conquistar a alguien, sino a retener a los que tiene.
Habló, como viene haciendo desde que perdió las elecciones, para "nosotros". Es decir, para los consumidores de impuestos, los que no están preocupados por la creación de la riqueza, los que dependen del Estado para seguir viviendo. Desde que se frustró la posibilidad de una nueva reelección, los demás, "ellos", ya no tienen lugar en su planteo.
Envuelta en una oratoria melodramática, volvió a fijar una posición conservadora. Denunció que la opción entre cambio y continuidad es una falacia. Todo aquel que quiere una modificación busca, según ella, una regresión. A 2001, a los 90, a la dictadura. Hay infiernos para todos los gustos.
Es un argumento conocido. El PT, en Brasil, se sirvió de él hasta el hartazgo. Los que proponen cambios pretenden, en realidad, despojar a los ciudadanos de los beneficios recibidos durante una era de bonanza. La Presidenta se limitó a esbozar esa extorsión. Decir que "cambio es el nombre del pasado", invirtiendo la fórmula de Kirchner, hubiera sido demasiado.
El enfoque que Cristina Kirchner volvió a exponer ayer plantea más dificultades a los candidatos del propio grupo que a los rivales. Para ganar las elecciones, el peronismo necesita prometer algunas mutaciones. Reducir la inflación, luchar contra la corrupción, combatir la inseguridad. Cosas por el estilo.
Pero esas propuestas suponen una relativa toma de distancia de una gestión que ayer, de nuevo, quedó sacralizada. La Presidenta no puede tolerar esa herejía. Y es lógico: diferenciarse es hacer un ejercicio de la crítica. Y para ella, crítica es complot.
PERJUDICADO
El principal perjudicado con este enfoque proselitista es Daniel Scioli. Si el universo kirchnerista se repliega sobre los que sueñan con canonizar la experiencia de los últimos años, el gobernador de Buenos Aires corre el riesgo de que sus simpatizantes migren a otro club. Es la apuesta de Florencio Randazzo. Y no debe extrañar: es la apuesta de la Presidenta y su círculo inmediato.
Las opciones que ella ha tomado en las últimas semanas corroboran ese sesgo. Los candidatos preferidos de Cristina Kirchner no fueron Daniel Filmus o Diego Bossio. Son Mariano Recalde y Aníbal Fernández. Es natural que sea así. Más que alguien que represente a la sociedad, está buscando alguien que la exprese a ella misma.
Esa auto referencialidad caudillesca se salva con una fórmula infalible: "Mi único heredero es el pueblo". Ayer la Presidenta rozó esa declaración. Muerto Kirchner y retirada ella, el destino de las políticas que hay que defender ya no depende de un líder. "Depende de ustedes". Es lo que sucede con el plan de salvación en ausencia del Mesías.
Scioli registra cada vez más esta dificultad. Y lo tiene malhumorado. La semana que pasó, por primera vez en mucho tiempo, tuvo un arranque de ira. Alguien de su máxima confianza, que solía calmar a Menem en trances similares, lo contuvo.
La irritación de Scioli tiene sus motivos. No pudo viajar a Salta ni a Chaco por temor a que en los festejos por el triunfo del PJ lo abuchearan. En el caso de Salta, el que le advirtió el peligro fue el propio Juan Manuel Urtubey: "Mejor no vengas, Daniel. Te pueden hacer cualquier cosa".
Para que el paisaje se vuelva más desolador, llegaron las insinuaciones de Axel Kicillof. El martes de la semana pasada el ministro dialogó durante una hora y media con el empresario Rubén Cherñajovsky. Este gran importador de Tierra del Fuego lo había ido a visitar para exponerle las dificultades del sector por la falta de dólares.
Pero, sabiendo que se trata de uno de los mejores amigos de Scioli, Kicillof dedicó casi toda la reunión a enviar un mensaje a La Plata. Fue muy explícito: "Tu amigo cree que yo ignoro los problemas. La inflación, el cepo, los buitres. Pero yo conozco todo. Tenés que explicarle que él necesita aquí, en el ministerio, alguien que entienda. Hay muchas dificultades que hay que conocer. Y tiene que ir de a poco, con gradualismo".
Curiosa plasticidad la del ministro de Economía. Unos días antes se había declarado parte de un proyecto colectivo y prometió esperar que le indiquen qué se espera de él más allá de 2015.
Cherñajovsky transmitió el recado de inmediato. Y el miércoles, Scioli contestó: "Kicillof es alguien que por su experiencia puede tener lugar en cualquier gobierno". La respuesta no lo libera del dilema. ¿Cómo desairar al ministro del que depende para llegar hasta las elecciones con la provincia controlada? ¿Cómo atraer el voto independiente hablando de la continuidad de Kicillof?
Cristina Kirchner está a años luz de ese problema. En el último segmento de su discurso de ayer pidió el voto para las políticas de su gobierno. No para los candidatos de su partido. Es el núcleo de su despedida. Y hace juego con su hora inaugural. La de una presidenta que recibió el bastón de mando, primero, de su esposo, y después, de su hija. Como en el nuevo centro cultural, también en su política todo es Kirchner.
Por Carlos Pagni
Fuente: LA NACION, DIARIO HOY y LOP