Nacionales - 26-01-2015 / 11:01
SIN MÁS PRUEBA QUE SU INTUICIÓN, ÉSA QUE LE PERMITE NO DUDAR AUNQUE NO TENGA LA MENOR PRUEBA DE NADA
De Agatha Christie a Christie K: “Mi nombre es Bond... Cristina Bond”
Mi nombre es Bond... Cristina Bond, con licencia para decir cualquier cosa..
La primera reacción del gobierno nacional, ante la gravísima denuncia del fiscal Nisman, previo a su muerte, fue un sketch cómico al que nos tiene acostumbrados la presidenta Cristina Fernández cuando dicta al oído de su jefe de gabinete, Jorge Capitanich, lo que éste debe decir cada mañana.
Dictado al que el hombre obedece poniendo siempre algo de su parte, haciendo aún más obsecuente la obsecuencia que le pidieron. Así, en una de sus declaraciones más absurdas (y eso que todas son absurdas) sostuvo que el objetivo de la denuncia del fiscal era intentar ocultar el superlativo éxito de la temporada veraniega en la Argentina.
Ahora con el tiempo y lo ocurrido nos damos cuenta de que esa aparente estupidez nos habla de algo más grave: de un gobierno entrando rápidamente en el delirio ante una realidad que lo estaba sobrepasando debido a una denuncia que lo dejó inerte.
Lamentablemente, esa payasada de Capitanich llegó a niveles paroxísticos luego de la muerte de Nisman, pero esta vez en palabras de la propia presidenta, convertida en una Agatha Christie de ocasión, en una James Bond con licencia para decir cualquier cosa, en uno de "Los pingüinos de Madagascar", esas dulces criaturitas animadas cuya profesión es la de espiar a los malos y salvar al mundo.
Cristina Fernández hizo todo menos lo que le correspondía hacer. Se puso a inventar sobre la marcha una variante de su eterno relato, adaptado a la situación, con una irresponsabilidad manifiesta, tal cual si estuviera jugando dentro de una novela de detectives en la cual ella se ubica como la principal víctima, como el falso culpable.
En su primera carta, la del lunes, la Presidenta no sólo da rienda suelta a sus chupamedias para que justifiquen la tesis del suicidio (sólo las autoridades argentinas y las iraníes creyeron en esta hipótesis), sino que se coloca en el lugar de una heroína que ya desde la dictadura es quien más viene luchando contra los servicios de inteligencia.
Nuestra espía detective siguió investigando y descubrió varias cosas más que expone en una segunda carta. Entre ellas, que Nisman no era, como pensó al principio, un empleado consciente de las fuerzas malévolas sino un pobre tonto inconsciente que se murió sin siquiera darse cuenta de que su informe no era suyo ni que estaba cubierto de pruebas plantadas para perjudicar a Cristina.
Si bien es cierto que en una Argentina tan disparatada como la que estamos viviendo, la verdad podría ser todavía más delirante que la versión presidencial, aún siendo así es peligrosísimo para la salud institucional del país que una presidenta intente acomodar la realidad al relato que más le convenga a sus intereses, que de eso y de nada más que eso se tratan sus dos cartas. Algo que viene haciendo desde siempre, pero con la diferencia que ello ahora implica jugar con la muerte.
Por otro lado, sería imperdonable si ella tuviera conciencia de que todo lo que dijo en sus dos cartas son mentiras, pero mucho más grave es, políticamente hablando, si se creyera tales sandeces, porque entonces sí que los argentinos estaríamos en el más completo de los desamparos.
Mi nombre es Bond... Cristina Bond
La primera reacción del gobierno nacional, ante la gravísima denuncia del fiscal Nisman, previo a su muerte, fue un sketch cómico al que nos tiene acostumbrados la presidenta Cristina Fernández cuando dicta al oído de su jefe de gabinete, Jorge Capitanich, lo que éste debe decir cada mañana. Dictado al que el hombre obedece poniendo siempre algo de su parte, haciendo aún más obsecuente la obsecuencia que le pidieron.
Es Capitanich copia literal de uno de los personajes más graciosos de la serie del Superagente 086, la del robot Hymie o Jaime, al que las crónicas describen así: "Hymie el Robot, -Jaime en la versión latinoamericana- es un poderoso androide ... aunque su diseño no incluye inteligencia artificial, lo que se manifiesta principalmente en que Hymie toma las órdenes que se le dan, de forma muy literal (por ejemplo, Max le dice: «Dame la mano», y Hymie se arranca una mano y se la da)".
Así, en una de sus declaraciones más absurdas (y eso que todas son absurdas) sostuvo que el objetivo de la denuncia del fiscal era intentar ocultar el superlativo éxito de la temporada veraniega en la Argentina.
Ahora con el tiempo y lo ocurrido nos damos cuenta de que esa aparente estupidez nos habla de algo más grave: de un gobierno entrando rápidamente en el delirio ante una realidad que lo estaba sobrepasando debido a una denuncia que lo dejó inerte.
Lamentablemente, esa payasada de Hymie Capitanich llegó a niveles paroxísticos luego de la muerte de Nisman, pero esta vez en palabras de la propia presidenta, convertida en una Agatha Christie de ocasión, en una James Bond con licencia para decir cualquier cosa, en uno de "Los pingüinos de Madagascar", esas dulces criaturitas animadas cuya profesión es la de espiar a los malos y salvar al mundo.
Alfred Hitchcock y Cristina Fernández presentan...
Es sabido, lo sabe todo el mundo desde el más elemental sentido común, que ante un hecho de tan altísima gravedad institucional y frente a tantas dudas sobre lo que efectivamente ocurrió con la muerte del fiscal, la única respuesta sensata que se esperaba de la Presidente de la Nación -de cualquier presidente de la Nación- era una cadena nacional en la que se pusieran todos los instrumentos del Estado al servicio de la resolución de la causa, garantizando la más absoluta objetividad e imparcialidad.
Y punto. Pero Cristina Fernández hizo todo menos lo que le correspondía hacer. Se puso a inventar sobre la marcha una variante de su eterno relato, adaptado a la situación, con una irresponsabilidad manifiesta, tal cual si estuviera jugando dentro de una novela de detectives en la cual ella se ubica como la principal víctima, como el falso culpable.
La primera bomba fue para Cristina
En su primera carta, la del lunes, la Presidenta no sólo da rienda suelta a sus chupamedias para que justifiquen la tesis del suicidio (sólo las autoridades argentinas y las iraníes creyeron en esta hipótesis), sino que se coloca en el lugar de una heroína que ya desde la dictadura es quien más viene luchando contra los servicios de inteligencia.
Ahora descubrimos que ese lugar común acerca de que el estudio jurídico de ella y de su marido se encargaba de rematar casas (o de quedarse con ellas) de los perjudicados por la circular 1050, no era nada más que una infamia. Que Néstor y Cristina, como luchadores eternos contra los militares, ya en plena dictadura utilizaban su estudio para hacer "juicios contra contratistas de obra pública de la Fuerza Aérea y concesionarios de servicio de la Agrupación Aérea".
Debido a eso los militares le colocaron una bomba que no estalló y luego, en reacción, Cristina se fue a pelear contra esos mismos militares, cortando el teléfono a uno de ellos o manteniendo una tensa conversación con otro.
Había que tener demasiado coraje -o demasiada impunidad- para atreverse a hablar así con los que supuestamente le mandaron a colocar una supuesta bomba, y en plena dictadura. Pero Cristina, que suele escribir su propia historia de adelante para atrás con el fin de ubicarse en el centro de todas las etapas históricas que le tocó vivir, puede eso y mucho más.
Luego, durante la época de Menem, se convirtió en la principal (ella dice "en soledad") luchadora contra la tergiversación de la causa AMIA y de allí en más no cejaría en sus intentos hasta llegar al presente en que le tirarían un cadáver para que no siga adelante, que es como ella interpreta la muerte del fiscal Nisman. Contra ella.
En esa primera carta nuestra espía detective deduce que Nisman era apenas un empleado de alguien que respondía directamente a Clarín, al cual lo hicieron volver mediante una "orden", y su informe le fue dado cuando volvió, por esa mano anónima a la que Clarín alimentaba con sus tapas.
De Agatha Christie a Christie K
Nuestra espía detective siguió investigando y descubrió varias cosas más que expone en una segunda carta. Entre ellas, que Nisman no era, como pensó al principio, un empleado consciente de las fuerzas malévolas sino un pobre tonto inconsciente que se murió sin siquiera darse cuenta de que su informe no era suyo ni que estaba cubierto de pruebas plantadas para perjudicar a Cristina.
Algo aún más terrible: que a Nisman le hicieron defender un informe fraguado no para que lo presentara en el Congreso sino que los que se lo dieron tenían pensado matarlo antes de su exposición pública, para así culpar del crimen a la principal acusada de dicho informe, vale decir, a Cristina.
"Lo usaron vivo y después lo necesitaban muerto", afirma la presidenta en una de las partes más estremecedoras de su relato, sin más prueba que su intuición, ésa que le permite no dudar aunque no tenga la menor prueba de nada.
No podía faltarle el tono épico al relato y por eso, como el periodista Horacio Verbitsky dijo que la purga que hizo Cristina en el servicio de inteligencia fue para limpiar al organismo de las secuelas del proceso, ella se toma en serio esa leyenda e insinúa más que insinuadamente que el señor Stiusso es el asesino, pretendiendo ubicarnos en la última página de esta novela policial, cuando recién estamos en el principio aunque ella nos desnude el final que desearía.
Lo que Verbitsky y Cristina no dicen es que mal podría haberse transparentado el servicio de inteligencia con ese cambio, si lo único que se hizo es remplazar a sus anteriores autoridades por un mayordomo de palacio como su jefe formal y por un militar cuestionado como Milani como su jefe informal. Dos "le pertenezco".
En síntesis, si bien es cierto que en una Argentina tan disparatada como la que estamos viviendo, la verdad podría ser todavía más delirante que la versión presidencial, aún siendo así es peligrosísimo para la salud institucional del país que una presidenta intente acomodar la realidad al relato que más le convenga a sus intereses, que de eso y de nada más que eso se tratan sus dos cartas. Algo que viene haciendo desde siempre, pero con la diferencia que ello ahora implica jugar con la muerte.
Por otro lado, sería imperdonable si ella tuviera conciencia de que todo lo que dijo en sus dos cartas son mentiras, pero mucho más grave es, políticamente hablando, si se creyera tales sandeces, porque entonces sí que los argentinos estaríamos en el más completo de los desamparos.
Por Carlos Salvador La Rosa
Fuente: losandes.com.ar