Nacionales - 31-08-2014 / 21:08
El Gobierno de Cristina está encerrado en su propio laberinto
La estrategia política de Cristina sería administrar con cautela el fuerte ajuste, reafirmarse como víctima de factores ajenos para no bajar banderas ideológicas, y transitar el año y medio que queda hasta la entrega del poder por carriles razonablemente normales. Parece muy poco para los K que esperaban un final de ciclo con menos penas y más gloria.
Ni el paro realizado el jueves por los gremios opositores, ni las respuestas del Gobierno de CFK producidas en el límite de la confrontación mediática, le permiten al ciudadano común disipar la incertidumbre política y económica que envuelve a la Argentina. Los problemas reales y concretos siguen allí, con perspectivas de profundizarse y tornar más difícil la situación.
Eso significa la continuidad de un proceso recesivo con caída del consumo, nuevas suspensiones laborales y despidos, cierres de negocios y el crecimiento de una peligrosa espiral inflacionaria con mayor deterioro salarial. El Gobierno no podría revertir el cuadro
-aunque lo desee-, porque parece haberse internado por su propia impericia en un laberinto de difícil salida, donde requieren herramientas y convicciones que no dispone.
La estrategia política de Cristina sería administrar con cautela el fuerte ajuste, reafirmarse como víctima de factores ajenos para no bajar banderas ideológicas, y transitar el año y medio que queda hasta la entrega del poder por carriles razonablemente normales. Parece muy poco para los K que esperaban un final de ciclo con menos penas y más gloria.
El influyente secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, el miércoles pasado, en la comisión de Presupuesto y Hacienda del Senado, dio la línea de aquella estrategia. "Llegamos al Gobierno, pero estamos tratando de llegar al poder; la clase política tiene que llegar al poder, que hoy está en manos de los grupos concentrados", dijo, para sorpresa de todos.
A 11 años de un oficialismo que exhibió siempre la fortaleza y la determinación de ejercer el poder para neutralizar cualquier obstáculo, la frase sonó a justificación de la actual impotencia. La especialidad de los K en el ejercicio del poder, fue la de dividir a sus críticos mediante el ataque permanente al empresariado, a los sindicatos, a la prensa, a la Justicia, a la Iglesia Católica, a los partidos de oposición y a otros factores de poder, que le resultaban incómodos.
Quedará para la politología -y, por qué no, para estudios psicológicos- descubrir qué significa exactamente para Zannini y Cristina el poder en un régimen democrático. Nada de esto contribuirá ahora a modificar la compleja realidad que afronta el país, pero ilustra la intimidad del Gobierno.
La radicalización ideológica propuesta por Cristina y el joven ministro Axel Kicillof avanzó durante la semana con las exposiciones en el Senado y las operaciones reservadas en el mundo financiero. Allí circuló la amenaza oficial de revocar la autorización para funcionar al Citibank, que desde hace 100 años está en la Argentina, porque no se alinearía en contra del fallo del juez Thomas Griesa.
En ese marco, la acción anunciada por Kicillof y el canciller Héctor Timerman para el tratamiento de las reestructuraciones de deudas en Naciones Unidas apunta a buscar mayores solidaridades internacionales, que pocas veces superan lo meramente declamativo. Lo objetivo es que, con razón o sin ella, Argentina ha desafiado a la Justicia de Estados Unidos y no sólo al juez neoyorquino Griesa.
Gobierno encerrado en su propio laberinto
Ni el paro realizado el jueves por los gremios opositores con sus más y sus menos, ni las respuestas del Gobierno nacional producidas en el estrecho límite de la confrontación mediática, le permiten al ciudadano común disipar en algo la incertidumbre política y económica que envuelve hoy a la Argentina. Por el contrario, los problemas reales y concretos siguen allí, con perspectivas de profundizarse y tornar más difícil la situación.
Eso significa la continuidad de un proceso recesivo con caída del consumo, nuevas suspensiones laborales y despidos, cierres de negocios y el crecimiento de una peligrosa espiral inflacionaria con mayor deterioro salarial.
En sectores del oficialismo, evalúan que el Gobierno no podría revertir el cuadro
-aunque lo desee-, porque parece haberse internado por su propia impericia en un laberinto de difícil salida, donde requieren herramientas y convicciones que no dispone.
La estrategia política, de no producirse un cambio de rumbo inesperado de la Presidenta, sería entonces administrar con cautela el fuerte ajuste, reafirmarse como víctima de factores ajenos a la administración para no bajar banderas ideológicas, y transitar el año y medio que queda hasta la entrega del poder por carriles razonablemente normales. Parece muy poco para muchas figuras del kirchnerismo que esperaban un final de ciclo con menos penas y más gloria.
Las excusas
Fue el influyente secretario de Legal y Técnica e integrante de la mesa chica donde toma sus decisiones Cristina Fernández, el cordobés Carlos Zannini, quien el miércoles pasado, en la comisión de Presupuesto y Hacienda del Senado, dio la línea de aquella estrategia. "Llegamos al Gobierno, pero estamos tratando de llegar al poder; la clase política tiene que llegar al poder, que hoy está en manos de los grupos concentrados", dijo, para sorpresa de todos.
A 11 años de un oficialismo que exhibió siempre la fortaleza y la determinación de ejercer el poder para neutralizar cualquier obstáculo, la frase sonó a justificación de la actual impotencia.
Podría citarse la especialidad del kirchnerismo en ese ejercicio del poder, que fue la de dividir a sus críticos mediante el ataque permanente al empresariado, a los sindicatos, a la prensa, a la Justicia, a la Iglesia Católica, a los partidos de oposición y a otros factores de poder, grandes o chicos, que le resultaban incómodos.
Quedará para la politología -y, por qué no, para estudios psicológicos- descubrir qué significa exactamente para Zannini y la Presidenta el poder en un régimen democrático. Nada de esto, por cierto, contribuirá ahora a modificar la compleja realidad que afronta el país, pero ilustra la intimidad del Gobierno.
La radicalización ideológica propuesta por Cristina y el joven ministro Axel Kicillof avanzó durante la semana con las exposiciones en el Senado y las operaciones reservadas en el mundo financiero.
Allí circuló la amenaza oficial de revocar la autorización para funcionar al Citibank, que desde hace 100 años está en la Argentina, porque no se alinearía en contra del fallo del juez Thomas Griesa.
Kicillof imagina una resistencia de las entidades norteamericanas que la mayoría de los especialistas considera prácticamente imposible.
Aunque el Congreso apruebe la llamada ley de pago soberano, la crisis de la deuda requeriría mecanismos más ligados a negociar con quienes cuentan con un fallo a favor de la Justicia norteamericana que con acciones forzadas.
La apuesta
En ese marco, la acción anunciada por Kicillof y el canciller Héctor Timerman para el tratamiento de las reestructuraciones de deudas en Naciones Unidas apunta a buscar mayores solidaridades internacionales, que pocas veces superan lo meramente declamativo. Lo objetivo es que, con razón o sin ella, según quien lo interprete, Argentina ha desafiado a la Justicia de Estados Unidos y no sólo al juez neoyorquino Griesa.
Fuentes que conocen los climas internos de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires cuentan que se viven allí días de intenso trabajo. El encargado de Negocios Kevin Sullivan encabeza la sede diplomática, aún sin embajador, y debe dar respuestas a las consultas que recibe desde Washington. El único interrogante que no puede responder es hasta dónde el Gobierno argentino estirará la cuerda de la confrontación.
El interés de la Casa Blanca no sólo estaría centrado en las definiciones para resolver el conflicto judicial por la deuda, sino en las posturas políticas que Cristina Fernández quiere introducir en las relaciones internacionales para profundizar su populismo.
Por Carlos Sacchetto
Fuente: La Voz del Interior