Nacionales - 31-08-2014 / 10:08
LA SEMANA POLÍTICA QUE PASÓ
Acuerdo secreto entre el gobierno de CFK y los buitres para mantener la pelea hasta el 2015
Cristina Fernández está enfrascada en sostener como sea el discurso antibuitre con el que han decidido embanderarse para llegar al fin de su mandato. Ocurre en medio de una abrumadora versión: un acuerdo secreto entre el gobierno y los buitres para sostener en el tiempo la pelea: ellos porque mientras tanto el precio de sus bonos se mantiene o sube; el gobierno porque cumple con el objetivo de plasmar un default eterno, o al menos hasta que la brasa caliente caiga en las manos del presidente que llegue a la Casa de Gobierno a partir de diciembre del año próximo.
El paro de las centrales obreras opositoras del jueves -ni tan importante como pretenden sus organizadores ni tan insignificante como quisieron ver en el oficialismo- dejó de movida dos escenarios planteados de cara al futuro.
Los que mandan, Cristina Fernández y Axel Kicillof, no parecen estar preocupados o no les interesan esas cuestiones -si se quiere menores para ellos- tan enfrascados en sostener en alto y, como sea, el discurso antibuitre con el que han decidido embanderarse para convencer a sus aplaudidores de que ellos son los buenos y los que salvarán al país de las amenazas externas y sus usinas internas.
Mucha gente decidió ir a trabajar el día del paro como pudo, porque a sus preocupaciones cotidianas (inflación, bajos salarios, inseguridad) se le ha subido otra, que es el temor a perder el empleo. Esa masa social, casi desesperada frente al nuevo escenario, difícilmente pueda ser contenida con discursos épicos o promesas que no se cumplen.
El país está regado de actos rimbombantes de Cristina "salvando" fuentes de trabajo cerradas por los insensibles empresarios, que hoy son yuyales abandonados a su suerte mientras los empleados engañados lloran ante las cámaras de televisión.
El sindicalismo duro, con Hugo Moyano y el menos reflexivo Luis Barrionuevo, profundizará su plan de lucha con nuevos paros y concentraciones a la Plaza de Mayo. El siempre listo dirigente ultra K, Edgardo Depetri, ya dijo que los sindicalistas lo que buscan es desestabilizar al gobierno para que se vaya antes de tiempo.
Tanta fiebre le impide ver lo elemental: Moyano es un peronista que habla con todos los peronistas, aún con los que están en el gobierno, y de a poco empiezan a quitarse la camiseta K con la que subsistieron todos estos años. Es un clásico del justicialismo: todos buscan reacomodarse ante el nuevo líder, sea Sergio Massa o Daniel Scioli.
Por todo ello es que el paro es el arranque de tiempos sociales difíciles para la transición de Cristina. Ocurrirá en medio de una recesión que se profundiza, con niveles de inflación cercanos al 40 por ciento anual, y los ya conocidos flagelos de suspensiones y despidos en el sector industrial, o cierre récord de comercios en lo que va del año. Un restaurante por día cerró sus puertas desde enero a esta parte.
Complican la escena la decisión imperturbable de Cristina y Kicillof de sostener a todo tren la pelea con los buitres para llegar con esa bandera al final de su mandato. Hay una abrumadora versión: un acuerdo secreto entre el gobierno y los buitre para sostener la pelea: ellos porque mientras tanto el precio de sus bonos sube; el gobierno porque plasma el default hasta que la brasa caliente caiga en las manos del presidente que llegue al Gobierno a partir de diciembre de 2015.
LA SEMANA POLÍTICA QUE PASÓ
Los nuevos desafíos para una transición que viene complicada
El paro de las centrales obreras opositoras del jueves -ni tan importante como pretenden sus organizadores ni tan insignificante como quisieron ver desde el oficialismo- dejó de movida dos escenarios planteados de cara al futuro.
Ninguno es benevolente con la idea de los bienpensados que quedan en el gobierno de sostener una transición más o menos en calma hasta el 10 de diciembre de 2015, cuando les toque abandonar el poder.
Más que escenarios, se trata de dos fuertes condicionantes para el gobierno en los meses que vienen. Aquí surge la primera preocupación de los hombres sensatos del poder: los que mandan, Cristina Fernández y Axel Kicillof, no parecen estar preocupados o directamente no les interesan esas cuestiones -si se quiere menores para ellos- tan enfrascados en sostener en alto y, como sea, el discurso antibuitre con el que han decidido embanderarse para convencer a sus aplaudidores de que ellos son los buenos y los que salvarán al país de las amenazas externas y sus usinas internas.
Uno de esos dos condicionamientos quedó plasmado en la pelea por los números del paro: la primera conclusión que sacaron en el gobierno, en el sindicalismo opositor y en las consultoras económicas es que mucha gente decidió ir a trabajar ese día como pudo, porque a sus preocupaciones cotidianas (inflación, bajos salarios, inseguridad) se le ha subido otra, que es el temor a perder el empleo.
Esa masa social, casi desesperada frente al nuevo escenario, difícilmente pueda ser contenida con discursos épicos o promesas que después no se cumplen. Un ejemplo que acaba de ocurrir es la gráfica Donnelley: un importante secretario de Estado les dijo a los obreros algo así: "Nosotros ponemos la plata para que armen la cooperativa, después se arreglan ustedes".
El país está regado de actos rimbombantes de Cristina "salvando" fuentes de trabajo cerradas por los insensibles empresarios, que hoy son yuyales abandonados a su suerte mientras los empleados engañados lloran ante las cámaras de televisión.
El siguiente desafío es aún más bravo y, si se quiere, desde ahora es uno de los más serios condicionantes para que el gobierno tenga efectivamente una transición sin demasiados sobresaltos. El sindicalismo duro, con Hugo Moyano y el menos reflexivo Luis Barrionuevo, profundizará su plan de lucha con nuevos paros y concentraciones a la Plaza de Mayo.
El siempre listo Edgardo Depetri -uno de aquellos que viven de alimentar utópicas revoluciones todavía no completadas como las sospechas de Elisa Carrió acerca del autogolpe- ya dijo que el camionero y su socio gastronómico lo que buscan es desestabilizar al gobierno para que se vaya antes de tiempo.
Tanta fiebre le impide ver lo elemental: Moyano es un peronista que habla con todos los peronistas, aún con los que están en el gobierno, y de a poco empiezan a quitarse la camiseta del kirchnerismo con la que subsistieron todos estos años. Es un clásico del justicialismo de toda la historia: todos buscan reacomodarse en la escena para postrarse como manda el manual ante el nuevo líder, sea Sergio Massa o Daniel Scioli.
Cristina se espantaría de enterarse cuántos de sus presuntos incondicionales hoy cruzan llamadas con los caciques sindicales opositores, con el líder del Frente Renovador, o con el gobernador bonaerense. O si le mostrasen la foto de una cena reciente para analizar "el futuro del peronismo" a la que convocaron Adolfo Rodríguez Saá y José Manuel de la Sota. Sería una redundancia decir que el peronismo se está preparando para acompañar a su jefe saliente nada más que hasta las puertas del cementerio.
Por todo ello es que muy probablemente el paro del jueves sea apenas el arranque de tiempos sociales difíciles para la transición.
Ocurrirá en medio de una recesión que se profundiza, con niveles de inflación ahora cercanos al 40 por ciento anual, y los ya conocidos flagelos de suspensiones y despidos en el sector industrial, o cierre récord de comercios en lo que va del año. Un restaurante por día cerró sus puertas desde enero a esta parte.
Complican la escena la decisión impertérrita de la dupla gobernante de sostener a todo tren la pelea con los buitres y sus socios locales para llegar con esa bandera a 2015.
Cualquier plazo previo que sobrevenga será considerado por el gobierno como un intento de golpe. Ocurre en medio de una abrumadora versión: un acuerdo secreto entre el gobierno y los fondos buitre para sostener en el tiempo la pelea: ellos porque mientras tanto el precio de sus bonos se mantiene o sube; el gobierno porque cumple con el objetivo de plasmar un default eterno, o al menos hasta que la brasa caliente caiga en las manos del presidente que llegue a la Casa de Gobierno a partir de diciembre del año próximo.
En el medio, la gravísima advertencia de María Romilda Servini de Cubría de allanarle los despachos a Oscar Parrilli si no revela los detalles de las llamadas entre narcotraficantes y la Casa Rosada que ella tiene constatados, viene a reafirmar un viejo teorema de los tantos que tiene la política: ante los inexorables fines de ciclo, los jueces comienzan a levantar las persianas de sus despachos.
Por Eugenio Paillet
Fuente: lanueva.com