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“Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores… y hacer que nuestros simpatizantes lo repitan en todo momento”. De Joseph Goebbels a Javier Milei
Por Natalio Botana, Politólogo e Historiador - 14-10-2013 / 08:10
OPINIÓN

La apuesta del consenso y la reconstrucción

Varios caminos se cruzan en este momento en el ámbito político. El primero nos conduce a la feliz culminación del episodio de salud de la Presidenta. La exitosa intervención quirúrgica despeja pues una atmósfera de incertidumbre ligada directamente a CFK, pero no disipa las preocupaciones que se ciernen sobre nuestro sistema político.
 
En verdad, más allá de este acontecimiento,todo sigue igual: unas elecciones intermedias que anticipan la sucesión presidencial, un sistema de partidos de más en más erosionado y una flagrante ausencia de políticas de Estado en materias vitales como, por ejemplo, la política exterior, la política energética y la política de seguridad (esto sin cerrar una lista en la cual sobresalen las incógnitas económicas).
 
Las elecciones intermedias representan en nuestra historia un doble papel: pueden consolidar un gobierno en funciones o hacer las veces de un aguijón que hiere las intenciones de perdurar o de mantener firme el timón del gobierno.
 
Parece redundante destacar que esta última circunstancia es más dañina que la primera.
 
En estos treinta años de democracia, las elecciones intermedias de 1987 durante la presidencia de Alfonsín, las de 1997 en el segundo período de Menem y las de 2001 cuando el primer magistrado era Fernando de la Rúa, anunciaron un ocaso teñido de inestabilidad. Menos dramáticos fueron en cambio las intermedias de 2009 en que el matrimonio Kirchner pudo remontar una derrota y encaminarse hacia la victoria de 2011.
 
A estos recorridos hay que sumar el condimento de las intenciones hegemónicas y del ejercicio personalista del poder. Una elección intermedia, concebida en los términos audaces de una plataforma reeleccionista y una ratificación plebiscitaria, involucra una apuesta a todo o nada.
 
Si la apuesta fracasa, como en las PASO de agosto, el campo de la incertidumbre se ensancha y los pronósticos en torno a la sucesión presidencial se precipitan y aumentan en intensidad. No es un buen escenario por la sencilla razón de que, a mayores pretensiones hegemónicas rechazadas por el veredicto electoral, menor certeza de que la sucesión presidencial se encauce por carriles normales.
 
Por este motivo, roto el encanto hegemónico, estamos entrando en unavorágine predictiva con vistas al 2015 cuando aún faltan dos años para llegar a dicha meta.
 
Se sopesan hipótesis acerca de cuál será el contexto de las elecciones presidenciales, cuando todavía se debe recorrer un largo trecho en el áspero empeño de gobernar. Por añadidura, ignoramos el resultado definitivo de los comicios del domingo 27 próximo.
 
Esta manía anticipatoria es signo cabal del desconcierto que nos invade. A veces no sabemos dónde estamos parados porque las apetencias hegemónicas pretendieron bloquear la alternancia, produjeron un vicepresidente ajeno a la tradición justicialista (jaqueado, para colmo, por denuncias de corrupción) y abrieron un vacío que, ahora, hay que rellenar con premura.
 
En semejante trance, debido al aislamiento de palacio que aflora en este tipo de regímenes, suelen gobernar funcionarios no electos.
 
Si Hobbes estipulaba en una sentencia magistral que un régimen político que no ha resuelto el problema de la sucesión es un régimen a medio hacer, acaso podríamos añadir que un liderazgo que no ha resuelto dicho problema, por no plegarse desde el vamos a los preceptos constitucionales, es también un liderazgo a medio hacer.
 
A causa de este enredo de proyectos fracasados y consecuencias no queridas, el camino de las elecciones intermedias ha desembocado en un momento de prueba institucional.
 
En su transcurso, la ciudadanía debería alentar tanto la reconstrucción del sistema de partidos como el diseño de un conjunto básico de políticas de Estado. De no mediar este temperamento, es posible que nos internemos en el terreno de la improvisación: surgimiento de candidaturas que fabrican partidos ad hoc; oferta de políticas públicas para el mero uso electoral que no avizoran el horizonte del consenso y, por ende, de la continuidad.
 
Este es un desafío para avanzar por un camino de renovación y reconstrucción. Tal vez valga la pena insistir sobre este punto.
 
La democracia argentina no puede, en efecto, seguir dándose el lujo irresponsable de funcionar sin un sistema de partidos, apto al menos para amortiguar faccionalismos y personalismos, y sin políticas de Estado dotadas de entereza y sustentabilidad.
 
Dos tableros por tanto simultáneos: el de los fines y el de los medios del buen gobierno republicano.
 
En lugar de abonar esos fines y medios, en estos años nos hemos empantanado en discusiones cuya densidad ideológica de relatos y contrarrelatos contrasta con los datos persistentes de una sociedad escindida entre el ostensible consumo de unos sectores y la pobreza de otros.
 
En el corazón de estas contradicciones se expande y contrae una economía que, después de un período de euforia, no acierta en dar en el blanco de algunas variables cruciales de inversión y empleo genuinos.
 
El combate ideológico no sólo es un indicador de intolerancias y dogmatismos; también esas aventuras de la palabra revelan una pereza para afrontar problemas impostergables.
 
Más sencillo es hacer el montaje mediático de un combate épico del oficialismo contra el poder de las corporaciones, o de una no menos estentórea defensa de la ética contra corrupciones persistentes, que llevar a buen puerto reformas fiscales y monetarias en el marco de un federalismo de concertación capaz de doblegar el flagelo de la inseguridad.
 
Una actitud sirve para rasgarse las vestiduras; la otra para reconstruir sobre lo dado, lo cual es mucho más difícil.
 
Estos acuerdos producirían, al cabo, un poder político de mejor calidad. Contra lo esperado, la confrontación nos trajo más debilidad ¿No será oportuno jugar la carta de los consensos racionales para el tiempo venidero?
 
Fuente: Clarín
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